La mañana en que falleció, antes de las rosas y las banderas, la gente simplemente desenfundaba el teléfono en dirección al edificio, buscando alguna huella solo visible en la pantalla del móvil, una mota que identificara esa fachada con ese momento, como si al día siguiente la casa de Rita Barberá en Glorieta fuera a ser demolida. Durante la jornada, en una de esas ventanas, se asomaron una Senyera y una bandera de España que solo amagó desplegarse. Ahí tenían su momento único los transeúntes. Era cuestión de tiempo que a los pies de la finca se congregaran sus más fieles seguidores.

Ayer el santuario seguía allí, expandiéndose hacia los lados de la entrada al edificio, con el portero entrando y saliendo para tratar de allanar el acceso a los vecinos.

En el altar laico a Barberá está todo lo necesario para canalizar la devoción de sus incondicionales: ramos de flores con cintas que muestran los colores de España o de la Senyera, pegatinas con su rostro de pretéritos periodos electorales, y notas sin desarrollar, eficaces como eslóganes a la hora de trazar un relato sin grietas sobre las virtudes de la exalcaldesa.

«Agradecido por hacer a tu Valencia universal», «dejas un recuerdo imborrable» o sencillamente «gracias, alcaldesa» rezan los pequeños apuntes de quienes peregrinan a Glorieta. Las banderas de la fachada han sido recogidas y a los devotos les acompañan varios equipos de televisión que entran en directo de cuando en cuando. Es posible ver cómo un exvotante de Barberá increpa a uno de los reporteros al pasar por su lado y al rato escuchar a un firme detractor de la exsenadora maldecir al periodista por su benevolencia con la corrupción.

Banderas en las fachadas

Dos muchachos destacan en un paisaje en el que predominan adultos de cierta edad. Pedro Aparicio y Miguel López tienen 19 años, estudian Arquitectura y viven en la zona. Se han parado, simplemente, por ver a uno de los reporteros entrar en directo en televisión. «A mí me da pena, aunque acabara metiéndose en temas de corrupción, se le tenía cariño», dice Pedro. «Es un día un poco raro», reflexiona Miguel. Cuentan que el día anterior fue intenso en clase «porque cada uno defendía su ideología» y que «los memes le han faltado el respeto» a la difunta.

Lejos de ese núcleo de duelo y del otro más intenso en la plaza del ayuntamiento, la ciudad se deja guiar por su rutina. La gente camina sin conversar por la calle Colón, atraída por las rebajas del «Black Friday». La conmoción se disuelve en las compras, en los horarios de oficina y los trayectos a recoger a los niños.

Un paseo por el centro de la ciudad basta para ver que nada se paraliza aunque la prensa (agotada en muchos quioscos) parezca sugerir lo contrario. Trabajadores de distintos comercios colocan elementos nuevos en los escaparates, pero solo son adornos de Navidad. Hay, eso sí, unas cuantas banderas repartidas en las fachadas que rodean el Mercado de Colón. Para ser más exactos, todas están dispuestas en Jorge Juan. Unas cinco senyeras y una bandera de España, todas colgadas de la ventana y todas con un crespón negro pendiendo de ellas. En las calles cercanas, Sorní, Conde Salvatierra, etc. no se perpetúa el mismo decorado.

-¿Y la gente qué dice de ella?- pregunta Juan Serrano, de 55 años. Es taxista y sin mucho énfasis se declara «contrario» a la exalcaldesa y comenta que en los corros de conductores, todos se alineaban en uno u otro bando.

La ciudad mantiene su rugido, atenuado, si acaso, a los pies de la finca tantos años custodiada por la Policía local.