Jesús Barrachina era el líder ideal para las más raras y avezadas historias, empresas ya venturas. Se le podía hacer el encargo más complejo, complicado y difícil que lo resolvía. Era un genio de la hostelería, nunca nadie como él fue maestro en el arte de la restauración, de organizar y resolver los grandes eventos de la restauración.

Fue el príncipe heredero de la corona hostelera que fundaran su padre y su tío bajados de las tierras de Aragón a las valencianas y que en el corazón urbano de la ciudad izaron la enseña de la marca Barrachina, con su establecimiento buque insignia de tanta solera y prestigio.

Profesionalidad y señorío fue un legado genético de su padre. Lo suyo fue ser siempre un gentleman en el fondo y en la forma. Trabajador nato, comenzó en el oficio desde la situación de camarero y fue aprendiendo y ascendiendo. Trascendió lo laboral y empresarial y se involucró en la vida cultural, social, económica, deportiva, festiva de Valencia a tope. Un cuarto de siglo al frente de la Falla Convento Jerusalén y varias décadas con el Valencia C.F., club del que llegó a ser vicepresidente.

Todo lo hacía con pasión y tenía un gran sentido del humor, signo evidente de su gran inteligencia. Inolvidables sus programas de radio con Javier Ormaechea a lo Tip y Coll. Divertidísimas sus actuaciones monologuistas con Jesús Sáiz. Faceta muy desconocida de él era su destreza para el dibujo, dibujaba muy bien, pero sólo en momentos especiales. Recuerdo que en una cena sin darme cuenta con cuatro trazos dibujó mi rostro y me lo dio, precioso recuerdo que guardo en los álbumes de las extrañezas. Con él compartí cabalgata de Rey Mago de Valencia en tiempos de Enrique Real y Pérez Casado.

A sus hijos e hija les inculcó el mismo amor al trabajo y la afabilidad que le caracterizaban, fue un pozo de sabiduría y de humanidad, de experiencia y docencia, que logró grandes realidades: el Barrachina de los bocadillos blanco y negro de la plaza del Ayuntamiento, Les Graelles, Alameda Palace, la Feria, multitud de caterings en los lugares más sorprendentes e inverosímiles,? La historia de la hostelería valenciana de los últimos cien años necesariamente pasará por el sello y la impronta Barrachina, que sus hijos siguen continuando, entre ellos Jesús en La Cartuja.

La crisis económica, como a todos y todo, le zarandeó fuerte en plena singladura. Y hubo de sacar los estabilizadores en el furor de la marejada. Moderar los ritmos y varias las rutas, lo que no hizo borrar su estela en un mar siempre tan difícil como es el de la restauración.

Romántico, sentimental, bonachón, educado, cortés, caballero, lo suyo, en palabras que siempre repetía con ingenio y gracia su amigo Jesús Sáiz, era la de vivir y semejarse a un Lord inglés, vestido elegantemente con la mayor corrección, con bastón, monóculo y sombrero, y besar la mano a todas las señoras. Jesús Barrachina Luna, la elegancia en el fondo y la forma.