Mucho más de treinta grados a pleno sol. Pero con la plaza abarrotada. Con una clara diferencia entre los que saben de qué va el espectáculo y los que quedan sorprendidos porque, literalmente, se lo han encontrado de frente. València celebra la Cabalgata del Convite del Corpus en estado de saturación. Es literalmente imposible ver una de las danzas más allá de la tercera fila de gente que, pacientemente, desafía la insolación para ver unos bailes extremadamente sencillos, pero que gustan precisamente por esa falta de complejidad, por lo colorido del vestuario y porque suena a tradición. Lo mismo que el «Capellà de les Roques», que aguanta subido en un caballito la caída inmisericorde de la radiación solar sobre el traje negro azabache mientras se ayuda de la tecnología para que se pueda escuchar mejor su pregón entre tanto sonido musical y humano.

El Corpus tiene todo el camino del mundo por recorrer, aunque éste sea extremadamente enjuto por una cuestión física. No cabe un alma más. Los más listos se suben a las escaleras de la puerta de los Apóstoles para tener una perspectiva mejor. «Si pusieran unas gradas ahí...» dice uno, señalando a la calle del Micalet, por donde luego no pasará la Procesión. Las componentes de Amics del Corpus reparten los folletos, sólo en valenciano, donde se explica la adoración de los «morets» (Cavallets), los judíos (Magrana) o de la gente del campo (Arquets). Pero no hay otra, u otro, como la Moma. Con permiso del «capellà», a quien le suben bebés para que los bendiga -alguno se nota que cree que Donís Martín es un cura de verdad-, la figura blanca de la Virtud alcanza la condición casi de fallera mayor. Al acabar el recorrido lleva su sofoco considerable, pero todos quieren hacerse fotos con ella. Con el. Con Rubén García, que actúa en este papel por tercera vez. Y, siguiendo una costumbre entre Momas, luce una barba rala que se le nota cuando le dan de beber con una pajita. Levanta ligeramente el velo. «¡Si es un hombre!». Una ambigüedad que tiene también su punto de encanto. «¿Fotos? Me habrán hecho mil». La Moma se ha «xopat», pero de verdad. Eso sí, por dentro. «Cada vez viene más gente y hay más expectación».

Y los pozales...

Los niños lo han pasado también mal con el tute a pleno sol, pero la batalla del Convite se ha librado con buen tino. Falta el remate. El que tiene su punto de astracanada, pero que, a la larga, es otra de las señas de identidad: el paso de la Degolla. Durante el recorrido, haciendo las gracias habituales con los garrotes de juguete. Al llegar a la calle Cabillers empieza el particular escarnio a base de pozales. Se nota en el ambiente porque los decibelios aumentan y hay carreras para evitar ser alcanzado por los pozales. Pero con el calor que hace, el que tiene el teléfono móvil a salvo no lo duda y se suma a la ducha. El edil Pere Fuset lo hace al final, con menos pasión que el año pasado -no está pasando, anímicamente, un buen momento- pero se suma al remojón.

En contraste con este sentir festivo, casi pagano, y de claro potencial turístico, la misa que ofició el cardenal y arzobispo de València, Antonio Cañizares, supuso una llamada a conservar la religiosidad de la festa grossa. Invitó a «celebrar esta fiesta con la máxima verdad, sin dejar jamás que se trivialice, mundanice, o que pierda su sentido más propio, siempre religioso, no cultural». Así, Cañizares se mostró ayer como el guardián del origen y esencia de la fiesta, reivindicando que no acabe convirtiéndose en un mero reclamo con más fiesta que fe.

Así, para Cañizares, la Iglesia «debe buscar que esta importante fiesta sea cada día más grande, más religiosa, más intensa y más extensamente vivida, más honda, interiorizada y más esplendorosa».

Civiles, religiosos, militares...

Esa demostración de religiosidad tuvo lugar por la tarde, en la solemne procesión del Corpus, en la que cada año participan representantes de una gran parte de la sociedad civil valenciana, religiosa, militar y política. Primero salieron de la Catedral los personajes bíblicos. Acapararon miradas los concejales de Cultura Festiva, Pere Fuset, y Comercio, Carlos Galiana, que aparecieron como «cirialots», lo que se está convirtiendo en toda una costumbre en el desfile. Tras la comitiva de comulgantes y padres, salió la custodia, considerada la más grande del mundo, con 600 kilos de plata y 8 de oro, además de piedras preciosas, y elaborada en 1942. La acompañaron los representantes políticos. Estuvieron los miembros más destacados del PP valenciano, con Isabel Bonig, Vicente Betoret, y varios concejales con Eusebio Monzó a la cabeza. También participaron por el PSPV, la teniente de alcalde y concejala, Sandra Gómez, y Joan Calabuig; así como los concejales de Ciudadanos, Fernando Giner, Narciso Estellés y Amparo Picó. También se pudo ver en la procesión al exconseller Alejandro Font de Mora, y al presidente de las Corts Valencianas, Enric Morera, en el balcón de la casa vestuario.