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Esculturas fuera de contexto

Ribera y Pinazo, dos monumentos desubicados

Las esculturas dedicadas a los pintores José Ribera e Ignacio Pinazo se hallan alejadas de sus calles o en lugares poco transitados

Ribera y Pinazo, dos monumentos desubicados

En el año 1930, el prolífico literato Almela y Vives dejó claro que València era la ciudad que contaba con mayor número de monumentos a pintores. Bien es verdad que ésta es una ciudad que ha dado muchos y grandes artistas aunque algunos no desarrollaran en su tierra sus carreras; puede que la luz del mediterráneo influyera en su carácter pictórico y artístico.

Desde finales del siglo XIX empiezan a aparecer una enorme cantidad de monumentos públicos en honor a los personajes más relevantes de la mayoría de los campos de las artes, ciencia, letras…; muchos e importantes monumentos, la mayoría de ellos desubicados en su momento y también hoy en día. Es decir no están en el lugar donde les correspondería, o bien están alejados de las calles que se les ha dedicado o simplemente colocados en lugares poco transitados, que le restan importancia a la obra y al personaje.

1. Monumento a José Ribera, «el españoleto»

La obra cumbre de Mariano Benlliure fue su escultura al pintor José de Ribera, «el españoleto». Este nació en San Felipe (Xàtiva) el 12 de enero de 1591 y pasó la mayor parte de su vida artística en Italia. Tanto es así que durante mucho tiempo, los italianos, se atribuyeron su nacionalidad. Tras recorrer varias ciudades italianas, como Milán, Parma y Roma, se instaló en Nápoles, que por aquellos tiempos pertenecía a la Corona de España. Dicen de él, que el trazo de su pincel, el colorido y la carne humana que supo reflejar en sus obras, es inigualable. Era la época del oscurantismo religioso de Caravaggio y aunque Ribera continuó pintando temas religiosos les impregnó a éstos de otra luminosidad y colorido, mezclando con maestría la escuela española y la italiana.

Creyendo poder coincidir con su 300 aniversario, en 1886 los artistas valencianos, fundamentalmente impulsados por Aurelio Querol, se reúnen en el Ateneo para subastar y vender piezas propias a fin de acometer los primeros gastos del monumento que pensaron dedicarle. Más tarde se supo que su nacimiento no fue en 1588 sino en 1591.

El elegido para el diseño y ejecución del monumento fue Mariano Benlliure, tan en boga en ese momento y que aportó su trabajo gratuitamente. Muy precoces ambos artistas, pues Benlliure modeló a Ribera con 25 años y la primera obra que se le atribuye al pintor Ribera, «El juicio de salomón», la realizó con 21 años. De sobra es sabido que esta acertada escultura de Benlliure ganó la medalla de oro en la Exposición Nacional de 1887 en Madrid.

Benlliure por aquellos días vivía en Roma, junto a otros artistas españoles como Querol, Echena, Barbasan o Garnelo. Y fue en Roma donde quiso que se fundiera el bronce para la estatua de Ribera. En España las fundiciones eran pocas, más toscas y Benlliure buscaba el detalle. El taller de fundición de Aquiles Crescenzi fue el encargado de fundirla y cobró por ello 11.000 liras unas 6.000 pesetas de entonces.

Para su colocación en el enclave elegido se construyeron unos cimientos de mampostería, se labraron piedras de mármol de Vilamarxant que formarían el zócalo y la escalinata, y finalmente de mármol de Carrara es el pedestal de una sola pieza de más de 3.750 kilos. Su traslado del puerto al Temple estuvo lleno de accidentes. En los laterales del pedestal, fueron colocados, en aplicaciones de bronce los escudos de Xàtiva, València, la Real Academia de San Carlos y en el frente rodeado por una corona de laurel un pergamino en el que se lee «A Ribera».

En cuanto al diseño de la obra, el escultor logra un realismo extraordinario tanto en la trama como en las arrugas de la tela o el calado de la empuñadura de la espada. Representa perfectamente a un artista bohemio y descuidado con sus pinceles en la mano pero la espada al cinto tal y como correspondía a un artista de comienzos del siglo XVII. Para algunos críticos la estatua pareció más digna del Tenorio que de Ribera y alguno dijo que era demasiado «teatral», que ni el jardincillo ni el lugar de su emplazamiento le favorecían.

Así, el 12 de enero de 1888 se inaugura en la plaza del Temple, la estatua de Ribera. El monumento aparecía cubierto por una bandera española que pertenecía a un barco y cuyo dueño tuvo el gusto de que antes cobijara el monumento. Con un brillante cortejo, el alcalde de València, Vicente Alcayde Armengol, descubrió la magnífica estatua.

Cuando la reina Isabel II visitó València en febrero de 1888 algunos artistas valencianos le regalaron un retrato a tamaño natural y la soberana en compensación costeó la verja que rodeaba el monumento a Ribera y que fue colocada por el señor Ríos.

Pero la estatua de Ribera no se libró de traslados. La situación frente al Gobierno Civil y el paso por el Puente del Real hicieron de él una molestia y un riesgo para el mismo monumento. De modo que, tras el derribo del Convento de San Francisco en 1891, se remodeló la plaza y se le encontró la ubicación perfecta, pues sería instalada a propuesta del señor Vinaixa en el centro del jardín de la nueva plaza Emilio Castelar. Para ello fue necesario deshacer un macizo en el que había un gran «phicus macrofila» que a su vez fue replantado en otro lugar. De este modo el 16 de febrero de 1906 se da la orden de traslado y queda perfectamente instalada en medio del parque. Es anecdótico que al dejar vacío el lugar que ocupaba en el Temple, se pide que se ubique allí una columna mingitoria de la Compañía Francesa, que anteriormente estaba en la plaza del Patriarca, con la justificación de que en la zona se reúnen muchas oficinas y sedes oficiales.

Se barajó la idea expresada por el alcalde de colocarla muy cerca de su «demarcación», la calle Ribera. En 1872 varios vecinos de la calle nueva de Pescadores pidieron cambiarle el nombre y dedicársela al insigne pintor. Era una calle muy estrecha y la posibilidad de ubicar el monumento en ella era realmente dificultosa y de poco lucimiento, por lo que se pensó dentro de la estación de la Compañía del Norte. Finalmente se desechó por varios motivos fundamentales: la fealdad del entorno tras la verja, su mala iluminación nocturna, la proximidad al incompleto monumento al Marqués de Campo y la posibilidad de que la estación fuera trasladada en breve y con ella, la estatua tuviera que volver a moverse.

A final de la década de los años 20, de nuevo la plaza de Emilio Castelar va a sufrir una remodelación integral y ambiciosa. Desaparecen las edificaciones viejas, de baja altura y la calle más comercial del momento que era la Bajada de San Francisco. También esta ampliación se lleva por delante algunos palacios y el monumento a Ribera se queda solo, rodeado de cascotes en el medio de la nada y de poca envergadura para el tamaño que va adquiriendo la Plaza. Una vez más, se decide su traslado. Para ello, en el mes de agosto de 1930 el alcalde insta a los ciudadanos a opinar sobre la tercera ubicación del monumento y da varias opciones: de nuevo en el Temple?; en el triángulo de la Gran Vía entre Hernán Cortés y la avenida de Victoria Eugenia? (Regne de Valencia); frente a la Escuela de Industrias?; en el cruce de Colon con Pi y Margall?; en la plaza del Carmen?; en la de Poeta Llorente?; en la del Pintor Pinazo? Cualquier opción era buena menos que acabara en los Viveros, donde todo se almacenaba y nada lucía.

El señor Ferrandis Luna propone devolverla al Temple y desecha convertir la Gran Vía en una fila india de monumentos. La plaza del Carmen se descarta por poco transitada y así van cayendo las posibles ubicaciones de Ribera. Finalmente, el ayuntamiento el 11 de diciembre de 1930 decreta «por administración» que la estatua del Pintor Ribera sea llevada a la plaza del Poeta Teodoro Llorente y a propuesta del Sr. Oller, sean repuestas en piedra las placas de bronce que rodeaban el pedestal, ya que habían desaparecido.

Es en este lugar donde continúa desde entonces la preciosa obra de Mariano Benlliure dedicada al Pintor José de Ribera «el españoleto». Quizá donde debería estar la del Poeta Llorente, que pese a su gran tamaño, cabría.

2. Monumento a Ignacio Pinazo Camarlench

Pese a tener dos hijos dedicados también al arte y uno de ellos llamarse Ignacio, el pintor Pinazo siempre es el de apellido Camarlench. Nació en València en 1849 y con 15 años, simultaneando otros oficios, ingresa en la Academia San Carlos de Bellas Artes. La venta de sus primeras obras le permite viajar a Roma, donde su pintura se une a la corriente academista, aunque después él derivará en impresionista. Pinta desnudos, escenas cotidianas, retratos y jugando con las luces y los claroscuros imprime a sus obras un carácter intimista y realista. En 1912 la ciudad de València le dedica una plaza y coloca una placa conmemoratoria en la llamada anteriormente del Picadero, en la antigua puerta de los Judíos.

Contrariamente a lo que suele suceder, a los pocos meses de fallecer Pinazo -muere a los 67 años en Godella-, la Juventud Artística Valenciana promueve y El Círculo de Bellas Artes de València asume el coste para hacerle un monumento, como siempre con capital privado. Para la elección de autor del mismo se abre un concurso de proyectos y resultó ganador el de Vicente Navarro Romero. Admirador y amigo de Pinazo, no quiso que fuera éste otro de los proyectos que quedaran en el olvido y rápidamente se puso a reproducir en yeso la escultura que coronaría el monumento. Los escultores tenían serios problemas a la hora de participar en concursos públicos, pues debían presentar la obra en yeso o arcilla y en pequeño formato.

Vicente Navarro nace en València en 1888 y siente una temprana vocación artística pese a que ha de trabajar en diversos oficios, como orfebre y joyero, para ayudar a la familia. Siempre decía que para saber hay que pasar por ser aprendiz. Él nunca reconoció haber pasado por la Academia de San Carlos, sin embargo ganó una beca de la Diputación de Valencia, en 1913, para estudiar un año en Roma. A su regreso le rechazan una obra presentada para un concurso y es en 1916 cuando gana su primera medalla de oro en la exposición Nacional de Bellas Artes en Madrid con la obra «Aurora, mi madre», dotado con 400 pesetas.

Aún con fama reconocida, no puede vivir de sus obras y decide opositar a la cátedra de escultura en la escuela de artes y oficios, dependiente de Bellas Artes en Barcelona. Imbuido por la luz y el mediterráneo pasa del naturalismo al realismo. Muere en Barcelona en 1979.

Pese a que el Pintor Pinazo tiene dedicada una plaza desde 1912, está ocupada provisionalmente por el monumento a Cervantes, y deciden colocar la nueva estatua en los jardincillos delante de la Audiencia donde estuvo la Casa de la Ciudad, alegando el magnífico enclave de arbolado y una fuentecilla.

La obra que esculpe Vicente Navarro es en mármol blanco y con una sobriedad total representa al pintor con especie de camisola de trabajo y sin aderezos que distrajeran al observador de la magnífica cabeza que talla, sentado en escorzo sobre un banco sin respaldo y con una libreta de apuntes.

El 27 de noviembre de 1917 se colocó la primera piedra y antes de tres meses, el 3 de febrero de 1918, se inauguraba el colosal monumento. El acto tuvo solemnidad y gran boato, tanto por las autoridades, asociaciones como por los artistas que allí se congregaron, bandas de música y sociedades corales que interpretaron el Himno de Valencia de Salvador Giner y Teodoro Llorente. Presidiendo el acto Mariano Benlliure como director del círculo de Bellas Artes, Faustino Valentín como alcalde de la ciudad y un sinfín de personalidades además de su esposa e hijos. El pintor Joaquín Agrasot fue el encargado de descubrir el monumento que permanecía oculto por una bandera valenciana.

La nota importante en cuanto nos afecta fueron las palabras que pronunció muy acertadamente Mariano Benlluire, solicitando que a partir de ese momento la placita pasara a llamarse de Ignacio Pinazo, que en la placa de bronce se hiciera constar el autor de la obra y quien la sufragó. No sabemos si ésto se llegó a grabar, pues la placa fue sustraída en 1919, pero desde luego la plaza no tomó su nombre.

En octubre de 1927 varios periódicos locales comentan la posibilidad de trasladar el monumento a Pinazo a la plaza que en 1912 había tomado su nombre, para hacer bien las cosas. Seis meses después era trasladado el monumento a Cervantes que ocupaba esa plaza a los almacenes municipales en los que permanecería tres años hasta colocarlo frente al colegio que lleva su nombre en Guillem de Castro. Desde luego no se aprovechó el momento y Pinazo continuó en los jardincillos de la Audiencia.

En 1936 y ante la inminente contienda, en València se construyeron muchos refugios de guerra. Uno de ellos justo en el lugar que ocupaba el monumento a Pinazo, con lo cual la fantástica escultura de Vicente Navarro fue quitada de su emplazamiento con poco cuidado, quedando más que deteriorada. Tanto es así que nunca más se supo de ella.

Transcurridos muchos años, en 1946, el ayuntamiento aprueba volver a erigir un monumento a nuestro insigne Pintor Pinazo y es su hijo el que se presta a hacerlo gratuitamente. Su ubicación se decide en un jardincillo entre el Palacio de Justicia y la calle Colón. Nuevamente se obvia la posibilidad de que ocupe la plaza que le corresponde.

Ignacio Pinazo Martínez, su hijo mayor y artista como su padre y su hermano José, diseña una escultura bien diferente a la anterior. En ella recrea una escena de su infancia en el estudio de su padre en Godella. Es pues de un diseño realista y familiar en el que la postura y el gesto bien conoce Pinazo Martínez. Sentado en la silla de su estudio con una altura de 2.30 metros sostiene en sus manos una manta típica de labrador valenciano y su paleta de pintor. Realizado en mármol sobre un altísimo pedestal en el que grabado en la piedra se lee «Al Pintor Pinazo. Valencia». En un lateral el autor dedica a su padre la escultura, fecha y firma.

El 30 de julio de 1949 se inaugura el monumento con la ausencia del alcalde de la ciudad José Manglano Selva, que es sustituido por el Secretario General del Ayuntamiento señor Larrea y que inicia el acto para seguidamente el Teniente Alcalde Dr. Beltran Báguena descubrirlo entre aplausos. En el acto estuvieron representados todos los ejércitos, autoridades eclesiásticas, artísticas y civiles, así como alguna casa regional. Seguidamente el ayuntamiento ofreció un banquete-homenaje a Ignacio Pinazo Martínez en el restaurante de los Jardines del Real. Tras los discursos de los señores Cerdá y Goerlich entre otros, el homenajeado dio las gracias a todos. Hoy en día el monumento continúa en los jardincillos de una placita de poco tránsito a pie y en el que nadie repara.

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