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La Estación del Norte, corazón histórico de València

La Estación del Norte, corazón histórico de València

València fue ciudad cercada por cuatro estaciones de ferrocarril. La del Trenet, la del Pont de Fusta, que pasaba por Marxalenes, Benicalap, Burjassot, Llíria y Bétera, entre otras localidades, estaba al otro lado del río. En este aspecto formaba pareja con la Estación de Aragón, apodada «La Churra». La del Trenet desembarcaba los domingos en el Campo de Vallejo donde jugaba el Levante y con anterioridad el Gimnástico. La de Aragón ha dejado espacio para una gran avenida contigua al Campo de Mestalla. La antigua Estación de Jesús, ahora incorporada a la red de metro, llevaba a poblaciones tan importantes como Alberic y Villanueva de Castellón. Eran tres entradas y salidas de València. Sin embargo, como hoy, el corazón del transporte era la Estación del Norte.

Desde la central los caminos de hierro transportaban viajeros y mercancías a lugares tan lejanos como Sevilla, con el llamado tren «Sevillano» que llegaba desde Barcelona. Hacia Madrid había dos caminos: el matinal que pasaba por Cuenca y no bajaba de doce horas. El nocturno pasaba por Albacete. Eran recorridos en los que en determinadas paradas se anunciaba «parada y fonda» con el fin de que los viajeros pudieran bajar, tomar un café o bocadillo y comprar navajas.

En la estación central valenciana en su amplio espacio frente a la puerta principal estacionaban los coches de caballos. A la izquierda del edificio había un pequeño edificio de urinarios. Algunos visitantes se sorprendían cuando se agarraban a la cadena del excusado y salía fuerte chorro de agua. Los coches de caballos no eran vehículos para turistas, sino trasporte a modo de taxis.

A muchos niños nos llevaban a la estación para ver la maravilla que era el edificio y nos explicaban el significado de las palabras que en los azulejos de las columnas había, y hay, en varios idiomas. Según se entraba, a la derecha había una cafetería con un mosaico de azulejos, estampa valenciana, propiedad de la esposa del que fue defensa central del Levante, Manuel Alepuz, compañero de Agustinet Dolz.

Para ver los trenes de cerca simplemente como curioso o acompañante de un viajero había que mostrar el billete. Quien no lo poseía tenía que pagar veinticinco céntimos para poder llegar a los andenes. Era de papel. Los billetes eran de cartón, que el revisor picaba y al entrar en València había que entregar a un empleado que no te dejaba pasar sin el mismo. Había control de entrada y de salida.

La puerta de salida daba hacia la calle Bailén. En doble fila se alineaban empleados de las pensiones de la zona con la correspondiente gorra que los identificaba. La Pensión El Turia, para viajeros y estables, como todas las demás, en la hora del almuerzo había un camarero, Vicente Peluso, que cantaba con gran gusto las coplas de moda. En El Turia vivió un tiempo una muchacha llamada Celia, que era mantenida por un famoso jugador del Valencia.

La vecindad con la plaza de toros proporcionaba gran ambiente en los días de corrida y especialmente durante la Feria de Julio que era la importante y no la de Fallas. Los hoteles cercanos albergaban a los matadores y los más modestos a banderilleros y picadores. A los bares llegaban los huertanos con «el saquet de casa», es decir con las viandas del almuerzo. En establecimientos como Los Tanques sacaban su comida y consumían la cerveza.

En la esquina de Bailén y Xàtiva estaba el bar «Valencia» que tenía fama de dar buen café y la mejor agua de setlz. Este agua de burbujas la ofrecían los camareros junto al café. La calle de Pelayo, además de que recogía a viajeros aficionados a la pilota, contaba con la mayoría de agencias de transporte de los pueblos. En el tren llegaban los ordinarios con su carga que depositaban en su agencia y allí se acudía a recoger las mercancías que enviaban los familiares del pueblo. En tiempos de escaseces eran muy apreciadas las dádivas de los parientes. Los ordinarios tomaban el tren en la estación de su localidad y tenían billete especial, pero montaban en el vagón de las mercancías y tenían que hacer el recorrido, habitualmente, de pie. En València también recogían algunos envíos para destinatarios del pueblo. El ordinario era transportista modesto, pero cumplía papel importante en los años cuarenta y cincuenta. La llegada de camiones a las empresas de mayor tráfico los fue eliminando.

La estación del Norte era también lugar para grandes recibimientos. El Valencia F.C., ahora C.F., fue protagonista de algunos tras triunfo nacional. Fue la despedida más gloriosa que ha tenido un recinto como este. Alfredo Kraus hizo el servicio militar en València. Aprovechó para estudiar con el maestro Andrés, el genio de la época. El día en que Kraus se despidió de su compañía los soldados de los que había sido alférez fueron a despedirle. En la jardinera del vagón, «a capella» les cantó el «Adiós a la vida» de Tosca de Puccini.

Los adioses más tristes se daban en los trenes que llevaban a los vendimiadores a Francia. Era la oportunidad para regresar con unos dineros. Los que no podían ganar en su localidad. En València lo otra oportunidad era la siega del arroz. Según los datos publicados este año serán 2.200 los trabajadores valencianos dedicados a la recolección de la uva. Desde la Estación del Norte partían en vagones con asientos de tablillas de madera que hacían doloroso el viaje. Cuando aparecieron los vagones con asientos de gutapercha el viaje pareció un lujo. Las primeras maletas era de cartón y eran atadas con cuerdas. Las mejores eran de una fábrica contigua a la estación en la calle de la Ermita casi esquina a Bailén.

Por la Estacioneta llegaban los presos de Porta Coeli que habían alcanzado la libertad. Desde la del Norte salían trabajadores que llevaban la ilusión de encontrar en Francia a un familiar exiliado y que en ciertos casos era su padre. Algunos tenían la misión de informar de las facilidades o dificultades que encontrarían si solicitaban la vuelta. Portaban fotografías de hijos a quienes no conocían o de los padres ya ancianos a quienes no podían abrazar. Los viejos vendimiadores vivían sacrificadamente en Francia, para poder ahorrar el máximo número de francos. El tren exportó hombres y toneladas de naranjas. Fueron un tiempo los mejores ingresos para la ciudadanía valenciana. La Estación del Norte y el recorrido de sus trenes hasta Francia fue corazón sentimental y económico de València.

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