Todos los años, el Salón de Cristal del ayuntamiento abre sus puertas a aquellas personas que han cumplido cien años de edad para rendirles homenaje. Toda una vida para aquellos que, contemporáneos de Gandhi o John Fitzgerald Kennedy, vinieron al mundo mientras el mundo se desangraba en la Gran Guerra y en Rusia estallaba la Revolución. No tuvieron conciencia de todo ello, pero sí de la contienda civil, que les pilló con 19 años, por lo que varios de ellos fueron combatientes de la misma. Tanto, que allí se reunieron vencedores y vencidos. Peor, por encima de todo, como dijo el alcalde Joan Ribó en su parlamento, «personas que pueden presumir de tener una mochila de vida cargada de vivencias».
Como suele ser habitual en estos casos, los centenarios valencianos alcanzan la cifra con diferentes estados de ánimo y salud. Y así, personas con una increíble lucidez se combinan que tienen los achaques propios de una edad a la que es muy difícil llegar. Pero si hay un aspecto que llama la atención es constatar cómo la ciudad de València es una tierra de acogida. Los centenarios de 2017 son valencianos de León, Zamora, Teruel, Ciudad Real, Cuenca, La Rioja, Córdoba... y otros acabarían llegando procedentes de poblaciones más cercanas: Jaraguas, Quesa, Puzol...
Testigos del cambio de la ciudad
«Cien años dan para ser nietos y nietas y abuelos y abuelas; para ser hijos o hijas y padres o madres; para ser trabajadores y jubilados, para co protagonizar la vida de València y tener una buena perspectiva de cómo han cambiado las cosas y las gentes, también las calles y las plazas, la fisonomía de una ciudad en la transformación de la cual habéis contribuido con vuestro esfuerzo. Por el que, sin duda, estamos en deuda con vosotros» añadió Joan Ribó. La concejala Sandra Gómez también subrayó «la voluntad del equipo de gobierno de tener en cuenta la perspectiva de la edad en sus políticas». Los partidos de la oposición también se sumaron a una fiesta global, en la que también se dejó ver el auténtico «crack» de los centenarios valencianos: César Ramos, el bailongo que ya tiene 102. Y, sobre todo, hijos (muchos de ellos ya jubilados), nietos y biznietos orgullosos.
