Los funcionarios del Ayuntamiento de València no terminan de asumir el cambio que se ha realizado en las máquinas del café. Bajo el argumento de dirigir los beneficios hacia causas más sociales, la concejalía ha sustituido las máquinas de una conocida marca de distribución por máquinas de «comercio justo», incrementando el valor de los productos de forma sensible.

Un café, por ejemplo, ha pasado de 35 céntimos a 60, casi el doble. Además hay otros productos que también han subido sin pertenecer a ese tipo de comercio, lo que ha generado cierto malestar.

Para que se hagan una idea, las nuevas máquinas de café tienen una docena de productos en venta, la mitad de ellos café pero también otras bebidas, entre ellas agua. Pues bien, de esa lista de bebidas hay cinco que tienen la etiqueta de comercio justo, es decir, ese producto cumple los cánones de solidaridad y sostenibilidad propios de este tipo de comercio. Y el resto no.

Sin embargo, la subida ha sido general. Esos cinco productos, todos ellos cafés (corto, largo, cortado, con leche y capuchino), han pasado de 35 a 60 céntimos. Y el resto , entre los que hay al menos otras dos modalidades de café (descafeinado y chocolate), también ha subido en diferentes proporciones. Por ejemplo, una botella de agua vale 15 céntimos más que antes.

Y claro, esta subida general es lo que no se entiende muy bien el personal de la casa, que es el principal cliente de estas máquinas al estar en zona restringida a los visitantes. «No se debería pagar más por nada, pero la gente puede entender que se pague algo más por un producto que tiene cierto componente solidario. Lo que no se entiende es la subida de los productos que no tienen ese componente y que son exactamente igual que antes», aseguraron fuentes municipales.

Las máquinas de café del Ayuntamiento de València están distribuidas entre las tres plantas del edificio, un grupo por planta, y a ellas tienen acceso los funcionarios y los escasos visitantes que pueden entrar a las instalaciones puramente administrativas y no públicas.

El malestar, por tanto, se centra en los propios funcionarios, aunque muchos de ellos admiten que tienen cafetera en los despachos o salen a tomarlo fuera del edificio.