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Verum Valentia

Jaume de Scals, un genio eclipsado por su obra

Con 23 años le sorprendió la Guerra Civil y fue movilizado como antitanquista. Tras la explosión de un proyectil cerca de donde él estaba, el artista descubrió una tierra arcillosa de gran valor para sus propósitos creativos. Modelaba, pintaba y sus compañeros le llamaban el profeta.

Jaume de Scals, un genio eclipsado por su obra

Posiblemente sea cierto el dicho de que nadie es profeta en su tierra y si a ello añadimos una gran sencillez, bondad y desinterés por lo mundano, nos encontramos retratado a un genio del que se conocen infinidad de obras, pero se ignora su nombre. Este artículo nace con rabia, con dolor por la injusticia, por la dejadez, por la infravaloración de un gran hombre, un gran artista y una gran persona.

Obtener documentación acerca de él ha sido ardua tarea, pues los pocos datos existentes sobre su persona se copian y en todos se repite lo mismo. Eso sí, cuando contemplas una obra de él, la reconoces de inmediato a pesar de las copias. Se llevó consigo sus secretos, como el de la utilización del esmaltado en blanco para la cocción, el óxido de manganeso o las tierras rojas para lograr sus colores y que tan distinto lo han hecho de sus imitadores. Lástima que la Real Academia de Bellas Artes no tenga catalogada su obra. Él se quejaba de que consideraran la cerámica como un arte menor.

Jaume de Scals, como él firmaba, fue un auténtico artista. Ya nació con ese don un 2 de septiembre de 1913 en Xixona (Alicante). Era una persona amable, afable y sencilla, muy bohemio y capaz de abstraerse mientras realizaba una talla, una pintura, un boceto o un jarrón, con el desorden ordenado de cualquier estudio de artista, manejaba lápices y pinceles con precisión y maestría.

El pequeño de una gran familia de once hermanos, muy pronto destacó por su destreza pictórica. Hemos encontrado su primera obra realizada en diciembre del año 1920 con tan solo 7 años, un soberbio dibujo de una de sus hermanas, por cierto tres de ellas eran monjas.

Paseando por Valencia reconocemos paneles cerámicos en la fachada de San Esteban con el bautismo de S. Vicente Ferrer; en la trasera de la Catedral, otra representación del Santo realizada en 1955 o en el osario de San Nicolás dedicado al Santissim Crist del Fossar, realizado en 1964 en unos originales tonos verdes.

También hemos visto rotuladas calles y plazas con sus conocidos socarrats, pero sabemos muy poco de su autor, que siempre se quejaba de que Valencia no hubiera sabido crear una escuela que hiciera perdurar los conocimientos de sus técnicas sobre las cerámicas medievales. A Jaume de Scals le encantaba la ensoñación, disfrutar de la naturaleza, de sus colores y del sol. Paseando por cualquier campo no podía evitar coger una rama de algarrobo, de olivo y con su navajita tallar un Cristo que solía regalar a sobrinos y amigos. Adoraba esculpir y sacar una figura de un taco de madera, de un montón de barro o de esa rama con forma de Y griega.

A caballo entre Valencia (en una gran casa de la calle Avellanas, antigua Primado Reig) y Xixona, entre el colegio de los Hermanos Maristas y la heredad familiar de «Nuches de la Carrasca» pasó su infancia y primeros años de adolescencia, para muy pronto ingresar en la Escuela de Artes y Oficios y realizar estudios de dibujo y escultura. Es allí donde descubre su pasión por la cerámica. Concluyó su formación en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, donde conoció a una compañera de ilusiones y pasiones con la que compartiría el resto de su vida, Palmira Martínez Marzal. Se casaron en agosto de 1944 sin que el dinero les diera para hacerse una sola foto, y tuvieron dos hijos. Jaume combinaba esos estudios con una ayudantía de profesor en el Instituto Luis Vives y con clases especiales de cerámica en Manises, donde conoció a Manuel González Martí, que años después sería el fundador del Museo Nacional de Cerámica y de las Artes Suntuarias González Martí y director del Museo de Bellas Artes.

Con 23 años le sorprendió la guerra civil y él, una persona muy pacífica, fue movilizado como antitanquista. Como anécdota contaba Jaume que gracias a una explosión cercana a donde él se encontraba halló una tierra arcillosa de gran valor para sus propósitos artísticos. Poco atento estaba a la batalla. Se abstraía en cuanto podía, modelaba, pintaba y era llamado por sus compañeros «el profeta» seguramente por sus barbas y sus extraños intereses. Finalmente dio con sus huesos en la plaza de Toros de Santander, habilitada como cárcel durante la contienda. Tuvo la suerte, una vez terminada la guerra, de que su hermana Concha, religiosa de las Hijas de María Inmaculada en Salamanca, hubiera tenido escondida a Carmen Pichot, esposa de Carrero Blanco, que gestionó la liberación de su hermano pequeño argumentando que era un artista sin vinculaciones políticas y movilizado a la fuerza.

Regresa a Valencia y en 1946 es nombrado director de la fábrica de cerámica de Alcora (Castelló), llamada del Duque de Híjar. Esta población tiene fama ceramista y alfarera gracias a la existencia en su suelo de dos arcillas de gran calidad, la arcilla blanca muy moldeable y la de color rojo, más dura, aunque menos moldeable, de modo que su población aprovechó la materia prima y se hizo experta en modelaje y en cocción. Por ello en 1726 el conde de Aranda fundó allí la Real Fábrica de Cerámica y Loza y sus moldes habían sido recuperados y se debían catalogar. Allí permaneció hasta el cierre de la fábrica. En 1947 obtiene la III medalla en la Exposición Nacional de Artes Decorativas y también la III de Escultura en la Exposición Regional.

Empieza a trabajar de nuevo en Valencia como restaurador municipal de cerámica y en un estudio ubicado en la trasera de la Lonja, donde antes estuvo el Peso Público, repara toda la colección de cerámica de Paterna y también de Manises para el museo González Martí, la mayoría de ellas obtenidas de excavaciones y datadas desde el siglo XIII.

La técnica alfarera de estas poblaciones estaba orientada a utensilios domésticos. Fue ampliada a usos decorativos con la técnica de la cerámica dorada traída a la península por los abbasies, sucesores de los omeyas, pero fueron unos ladrillos de barro decorados y cocidos, colocados en las entrevigas, los que cautivaron a Jaume de Scals, que además de embellecer el techo de las casas abarataban el coste, sustituyendo a los artesonados de madera.

Posiblemente fue entonces el inicio de su pasión por los «socarrats» y por los que más fama adquirió. Los hay repartidos por toda la comunidad tanto en calles, obra pública o privada, en un número elevadísimo y desconocido. Como un mago con las pruebas, las tierras, los colores, las cocciones y los dibujos medievales, comienza a investigar hasta llegar a perfeccionar una técnica que cuesta diferenciarla de las auténticas piezas del siglo XV. Anecdóticamente algunas estuvieron más valoradas que las auténticas. Lo mismo en barro que en panel cerámico sus obras son inimitables, llenas de detalles, personajes y guiños a las características de los mismos y muchos de ellos, orlados de una leyenda en la que Jaume de Scals solía disimular su firma.

Normalmente en barro utilizaba colores ocres, rojos y negros mientras que en los cerámicos usaba ocres y azules. Coincidiendo con la restauración de la Lonja realiza para la Sala del Tribunal del Comercio una de sus obras más admiradas, formada por tres espectaculares paneles donde representa al rey Jaime I en el central, a su izquierda el famoso santo dominico valenciano Vicente Ferrer y a su derecha el Angel Custodio de la ciudad.

En cuanto a su actividad docente oficial, la ejerció en la Escuela de Arquitectura de Valencia y como maestro de taller en Algemesí, para cuyo ayuntamiento falangista realizó un encargo muy peculiar y distanciado de su neutralidad política, en el que se reflejaba el traslado a pie de los restos de José Antonio Primo de Rivera, desde Benacantil (Alicante) a Madrid en 1939. Para el mismo ayuntamiento realiza también el escudo de la ciudad con tres leyendas: Felipe II en 1574 le otorga el título de Universidad, Felipe III en 1608 la declara Villa Real y Francisco Franco en 1945 la nombra Ciudad.

Con la llegada de la democracia, Algemesí se deshizo de estas obras de Jaume de Scals. Del estudio en la Lonja, pasa a ocupar la antigua casa de Mariano Benlliure en la calle Blanquerías y al restaurarse esta casa-museo, el ayuntamiento le ofreció un taller provisional en la plaza de la Almoina. Jaume de Scals, con una vida dedicada al arte medieval y sin embargo con una imaginación propia del siglo XXI, soñaba con hacer «socarrats» en tres dimensiones.

En 1977 sufre una enfermedad grave de la que salió con ganas renovadas de seguir con su vida pictórica pero ya sin obligaciones y a su aire, así son los verdaderos artistas, viven para crear y sueñan con hacerlo en libertad. Nos dejó en plenas fiestas falleras de 1978 como si le hubieran oído decir aquello que siempre repetía: «El socarrat va ser la primera falla que es va fer a Valéncia».

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