La ciudad de València ha acogido a más dos millones de turistas durante el último año. Entre sus comportamientos destaca la querencia abrumadora por la oferta hotelera, por encima de la de apartamentos, la superioridad del visitante extranjero por encima del nacional, la escasa incidencia que tiene en aquellos las Fallas y, precisamente, las dudas que suscita la expresión de «un millón de visitantes» aplicado comúnmente a la fiesta principal de la ciudad.

Estas son algunas de las conclusiones que se extraen del informe estadístico de la encuesta «Familitur» que elabora el Instituto Nacional de Estadística y que analiza tanto el número de visitantes como sus pernoctaciones en todo tipo de zonas y puntos turísticos.

Esos dos millones de visitantes son el resultado de sumar los once primeros meses de noviembre de 2017 y el de diciembre de 2016 (todavía no existen datos del recién finalizado diciembre de 2017, aunque, por lógica, las magnitudes no variarán espectacularmente).

El Instituto Nacional de Estadística (entidad dependiente del Gobierno de España, de la que también se surte Turismo València para ofrecer sus magnitudes) ha recopilado unos datos que casan con las cifras que ofreció la entidad municipal como balance del primer semestre, y que hablaban de 978.035 visitantes. Esta cantidad ha mejorado hasta alcanzar los dos millones casi clavados (2.007.393) por el incremento que suponen los meses de julio y agosto.

Entre todos estos datos hay uno que se podría interpretar como una cura de humildad: ese célebre «millón de visitantes» en Fallas tiene cierto componente de leyenda urbana. O es, en todo caso, una forma de expresar otra realidad: que en la ciudad prácticamente no cabe un alfiler y que registra una ocupación en la calle incomparable en cualquier otra gran ciudad de España.

Los datos son, en ese sentido, tozudos y se basan en las matemáticas: en el mes de marzo la ciudad registra una entrada de 150.000 personas en hoteles y quince mil en apartamentos turísticos, muy lejos del millón. Más aún, a esa cifra hay que restar aquellos que, viniendo en marzo, no lo hacen en Fallas.

Poblaciones, visitantes de un día...

A la cantidad resultante habría que sumar aquellos visitantes que, efectivamente, vienen, pero no quedan registrados. Por ejemplo, los que lo hacen en hoteles fuera del término municipal, los que lo hacen en apartamentos ilegales, los que se alojan en casas de familiares o amigos que residen en la ciudad. O los que hacen una visita sin alojarse: llegan por la mañana y se van por la noche, y que incluiría los cruceristas, si los hubiera, y los visitantes «expres» tanto de otras ciudades como los procedentes del área metropolitana. Que, siendo sin duda muchos, parece bastante complicado que llenaran esa mínima cantidad de 850.000 necesarios para alcanzar la cifra mágica.

Para justificar la sensación de llenazo en la ciudad (por otra parte, incontestable) habría que considerar también que la gran mayoría de la propia ciudadanía también sale a la calle. Y que ese millón de visitantes sería, simplemente, imposible de asumir.

Otro aspecto tendría que haber llamado la atención en ese sentido: si el ayuntamiento celebraba la llegada de un poco menos de un millón de visitantes en el acumulado del primer semestre de 2017, resulta evidente que algo fallaba.

El extranjero, no; el español, sí

Hay otro aspecto que llama a la reflexión en lo tocante al gran evento festivo de la ciudad: el impacto que genera en el visitante extranjero es, a día de hoy, poco relevante. A ojos estadísticos, las Fallas siguen siendo una Fiesta de Interés Turístico Nacional. Los visitantes que residen en España tienen su pico más alto en el mes de marzo, descendiendo durante prácticamente el resto del año.

Por contra, las Fallas se encuentran, en el mercado internacional, en un peldaño mucho menor. Da la sensación de ser un mercado por explotar. De hecho, la curva no deja de crecer durante los meses de verano. En agosto, donde casi se duplican los datos de marzo, se marca el máximo para, a partir de ahí, iniciar la curva descendente. Es decir, el turismo de calor, gastronomía, monumentos y playa es el más importante.

Otro evento del que hay que pensar que, en todo caso, contiene la caída cuando se acaba el año es el Maratón: tanto el visitante nacional como el de fuera llegan en curva descendente al mes de noviembre a pesar de la indudable ocupación hotelera que genera la gran carrera popular.