La Cabalgata de Reyes se puede analizar bajo dos prismas: el exámen del festejo y las sensaciones que deja para los que, ahora mismo, no entienden de exámenes ni falta que les hace: los más pequeños. En clave política está muy claro: a los que no comulguen con el actual equipo de gobierno nunca les gustará. Y los que les apoyan les parecerá un festejo impecable, el mejor de la historia. No merecen mucha atención los que juegan con los extremos sin mirar atrás o a los lados y, seguramente, merezcan mucho más respeto los que, simplemente, fueron a verla y les gustó más o menos. Valió la pena verla. Y quizá por ello, cien mil espectadores según cifras oficiales, llenaron las calles.

Fue larga, pero rápida. Sin excesos publicitarios, con su punto de caos, con amalgama temática contrapuesta (ora la Biblia, ora la ciencia, ora el sultán, ora San José), con números excelentes de acrobacia o baile, con caramelos más que suficientes, con elementos autóctonos, como los «cabuts» bailando, con carrozas mejorables en lucidez para Sus Majestades; con los elementos nuevos (la estrella y el buzón) brillando con luz propia; con un generoso e incontestable despliegue de medios; con pantallas que se agradecen pero con sonido mejorable; con unos excelentes animadores en la plaza; con un Herodes desaprovechado porque pasa desapercibido; con todo tipo de elementos visuales; con interesantes alusiones a la alimentación sana... la Cabalgata ha crecido en contenidos y, sobre todo, se ha convertido en un objeto de interés. La intención de hacer un festejo importante es real e incontestable. Y el esfuerzo por ilusionar al público, pues también. Luego puedes gustar más o menos según sople el viento.

Posiblemente valgan más algunos gestos que un análisis de pros y contras. Y, en ese sentido, es de agradecer la puesta en escena con Sus Majestades: bajaron de sus carrozas, saludaron a los palcos de autoridades invitadas pero también cruzaron la calle y fueron al resto del público. Y lo mismo sucedió cuando subieron a la cesta de bomberos. En lugar del manido recurso de subirlos más o menos arriba, volaron por toda la plaza, para que pudieran verlos aquellos que estaban en sexta o séptima fila.

En los discursos, los reyes hicieron hincapié en la necesidad de creer en la magia que ellos traen, pero Baltasar también dejó el mensaje social de recordar que «las personas que venimos de lejos agradecemos vuestro calor, que nos hace sentir como en casa. Sabemos que muchos niños que han venido desde otros países, algunos de ellos de lugares donde no pueden ser felices, nos esperan con ilusión». Y alabó «vuestra huerta, que hemos podido ver durante el camino y a vuestros agricultores, que trabajan de sol a sol». Un mensaje que habría podido firmar cualquier labrador emigrante de La Tira de Comptar.

Y el remate fue espectacular, conla Banda Municipal tocando música de Navidad, esa que se escapa definitivamente por el calendario, mientras los fuegos y las luces hacían brillar el ayuntamiento. Un tiempo de luces que ya se acaba.