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Arquitectura con historia

Los gemelos del palacio de Ripalda

Los «castillos» de Xàbia y Albaida remedaron la arquitectura neogótica del palacio diseñado por Joaquín Arnau en València y, aunque le sobrevivieron, acabaron igualmente demolidos a finales de los años 70 y en 2010

Los gemelos del palacio de Ripalda

La piqueta acabó en septiembre de 1967 con el Palacio de Ripalda de València. Menospreciado por su estilo descontextualizado, se ha convertido en una imagen icónica, en símbolo de la ciudad del XIX. Ese es el poder de la arquitectura singular. Ni Josefa Paulín de la Peña, condesa viuda de Ripalda, ni el arquitecto Joaquín Arnau, quien diseñó el palacete y dirigió las obras entre 1889 y 1891, podían vislumbrar entonces que tendría dos epígonos, que familias también nobles (o con ínfulas de nobleza) se enamorarían de ese aire neogótico y encargarían dos castillitos que remedaban el Palacio de Ripalda.

Se construyeron en Albaida y Xàbia. Sobrevivieron al de Ripalda, pero, igualmente, acabaron reducidos a escombros. Arquitectura romántica, ecléctica y maldita. Pero tan evocativa, que esos dos gemelos del palacio de València también despiertan añoranza. Hoy sí se valora su singularidad arquitectónica. El castillito de Xàbia se derribó a finales de los años 70 y el de Santa Rosa de Albaida en 2010.

La burguesía del comercio de la pasa de la Marina Alta siempre persiguió emparentarse con la antigua aristocracia. Los Catalá de Xàbia se unieron a los Arnauda, una familia noble proveniente de Granada. Carmen Catalá Arnauda y su marido Joaquín Ferrándiz, que además presumían del título de barones de la Casa Ferrándiz, mandaron construir en la década de 1920 un «caprichoso castillito» inspirado en el de Ripalda.

El adjetivo de «caprichoso» se lo da el barón de San Petrillo en su libro de heráldica. Se levantó en la carretera que bajaba al mar (hoy avenida Joan Carles I) y muy cerca del asilo hospital Hermanos Cholbi. Era una partida de casas burguesas (destaca la llamada Hemeroscopea, que luego fue propiedad del director de cine Vicente Escrivá). Joaquín Ferrándiz era natural de Albaida. Se le recuerda en Xàbia como el «falso barón», ya que en puridad no le correspondía el título pues no era el hijo primogénito.

Aquella villa con torre con chapitel, cubiertas almenadas y una imponente escalinata, se conocía en Xàbia como el «castillo». Los vecinos sabían que no era antigua. Sus propietarios, eso sí, empeñados en darse tono, en alardear de abolengo, hicieron colocar en la puerta principal un escudo con las armas de los Catalá Arnauda.

A finales de los 70, el urbanismo rampante de Xàbia acabó con ese castillo de fantasía. Se demolió para construir una finca de pisos. Los promotores la bautizaron como «Edificio El Castillo».

Santa Rosa en Albaida

Entre la indiferencia prácticamente generalizada. Así se vino abajo (lo vinieron abajo) el castillo-palacio de Santa Rosa, en Albaida, un primo hermano arquitectónico del palacio de Ripalda de València. Fue en el mes de mayo de 2010.

En su contra jugaba que era un edificio ruinoso cuyos dueños no tenían ninguna intención de restaurar. Y que el plan general albaidense no contenía figura de protección alguna sobre este singular inmueble, objeto de desprecio por los puristas pero sin duda un ejemplo (el último) de la llamada arquitectura romántica neogótica.

El edil de Urbanismo del momento, Roberto Sala, explicó en su día a Levante-EMV que con las normas en la mano «no podíamos negar el permiso de derribo, puesto que el inmueble carece de protección alguna», dijo.

Sus dueños alegaban que era un riesgo tener el edificio en esas condiciones, expuesto al vandalismo y a que cualquiera pudiese acceder a su interior y sufrir daños por algún desprendimiento. Lo más curioso fue que el ayuntamiento intentó comprarlo, pero el propietario consideró más jugoso el solar edificable resultante del derribo.

La demolición, en todo caso, no pasó desapercibida para el combativo Institut d’Estudis de la Vall d’Albaida, IEVA, que criticó los escasos esfuerzos del consistorio por su posible salvaguarda. Ni en concreto para Tomás Roselló, estudioso de este tipo de arquitectura del siglo XIX. De hecho, lamentó profundamente la pérdida del palacete, al que no dudó en señalar como el último de tres únicos edificios de esta rama del neogótico ecléctico en la Comunitat Valenciana: el de València, el de Xàbia y éste. «Representaba una época y tenía un valor muy importante en ese sentido», recriminó este experto.

El castillo, conocido también como Torre dels Brunos —el padre del propietario originario se llamaba Bruno Soler y sus hijos fueron «los Brunos»— era de estilo neogótico, inspirado en los châteaux franceses de la zona del Loira. La planta de la torre era un edificio octogonal al que se adosaban la torre y diversas dependencias de un solo nivel, donde se situaban las estancias de la vivienda. El cuerpo central del inmueble tenía dos plantas.

Desde el exterior, el chalé parecía una fortaleza medieval, con terrazas y torres de vigilancia. El complejo estaba decorado con puertas y ventanas de arcos apuntados de estilo gótico. Al derribo sobrevivieron dos pequeñas torres que daban acceso a la parcela.

Del desprecio a la añoranza de una arquitectura singular e icónica

El Palacio de Ripalda y sus epígonos de Albaida y Xàbia tienen tanto poder de evocación que incluso alimentaron leyendas como aquella de que un potentado americano ordenó desmontar piedra a piedra el edificio de València para reconstruirlo en California.

Sin embargo, cuando la piqueta los borró del mapa los expertos despreciaban esa arquitectura considerada espuria, extravagante y fuera de contexto, ya que se inspiraba en los «châteuax» franceses. El desarrollismo urbanístico acabó con estas singulares y eclécticas construcciones. Hoy se las añora. Se las considera icónicas. Nadie niega ya que tenían valor arquitectónico.

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