Los mártires de la primera cristiandad son recordados por los tormentos que tuvieron que sufrir antes de morir, alabándose de ellos la fuerza de voluntad de no renegar de su fe a pesar del maltrato físico. Pero de entre todos destaca especialmente la serie de tormentos que, según la tradición, infringieron los romanos de València a aquel Vicente que acabaría, por ello, obteniendo la condición de santo y mártir. La tradición ha permitido mantener en la ciudad una serie de lugares que forman una particular ruta que ayer, a primera hora de la mañana, fue recorrida, encabezados por un estandarte, por medio centenar de feligreses, entre los que se incluían ortodoxos rusos de la iglesia de San Jorge.

El recorrido empieza en Santa Mónica, donde se encuentra la columna a la que se atribuye el prendimiento de san Vicente y san Valero. Esta era la entrada natural a la ciudad desde Zaragoza, de donde procedían ambos. Para seguir por los calabozos de la curia (debajo de la plaza de la Almoina), la prisión de San Valero, la prisión de San Vicente, la cripta de la prisión, el brazo de San Vicente de la Catedral, el «pouet» y el palacio del gobernador romano, lugar éste donde acabaría por ser torturado y moriría. Todas estas estaciones están en apenas unos metros de distancia entre sí. Posteriormente ya hubo un camino hasta extramuros con dos espacios previsibles: la ermita de la Roqueta, donde se arrojaría el cuerpo, y la basílica donde podría estar enterrado el resto de su cuerpo. Cada estación incluía desde el canto de oraciones a un relato casi dramatizado, a varias voces, de parajes de aquellos terribles hechos. La iniciativa fue organizada por el Oratori de Sant Felip Neri, cuyo director espiritual del Oratorio, August Monzón, llevaba la conducción de la peregrinación, toda ella en valenciano. Un paseo por el tiempo en el que, a base de creencia y tradición, se construye un relato.