«Es ciertamente la reliquia de un varón, con edad comprendida entre los 25 y 30 años, su estatura era aproximadamente de 1,72 metros y sufrió muchas quemaduras entre los diez y quince días anteriores a su muerte, en la cual fueron parte principal». Tanto, que la causa de la muerte se atribuye a la septicemia, shock tóxico por infección causada por las quemaduras, días después de sufrirlas.

Estas fueron las conclusiones del análisis forense que llevaron a la convicción de que el brazo que se muestra en la Catedral de València es, ciertamente, el de San Vicente Mártir.

El semanario del Arzobispado, Paraula, recuerda en su última edición este aniversario. Un hecho que fue condición indispensable no sólo para certificar la autenticidad, sino para dar el visto bueno al ofrecimiento del erudito italiano Pietro Zampieri, quien había ofrecido a la ciudad el brazo momificado, considerando que no podía estar en otro lugar que en la ciudad donde murió.

Las autoridades civiles y eclesiásticas solicitaron, para aceptar el regalo, que se realizara un análisis forense, ante las dudas que suscitaba que, realmente, la extremidad pudiera tener o no relación con el clérigo aragonés.

Fueron necesarios dos años de investigaciones, incluyendo el análisis radiológico de dos doctores de la Universidad de Padua y un estudio de otro galeno, todo ello necesario para otorgar la autenticidad canónica e histórica.

Un examen que reconoce que la persona fue sometida a violentos castigos físicos, siendo el más cruel de ellos «la exposición prolongada a un agente térmico», con una quemadura profunda, que no debió ser de más del 20 por ciento del total del cuerpo, y sin afectar a los huesos, lo que sería sinónimo de un castigo prolongado que, por consiguiente, buscaba no la muerte del torturado, sino un propósito; en este caso, abjurar de la fe cristiana, cosa que no consiguieron las autoridades romanas.