La nao Victoria no era ni un barco de guerra, ni un carguero, ni un barco científico. Era visto lo visto, un barco suicida disfrazado de expedición comercial. Con pasajes de primera clase con destino al fin del mundo. Y prueba de ello es que, de los 239 que iniciaron la aventura de dar la vuelta al mundo, tan sólo 18 llegaron con vida a Sanlúcar de Barrameda, tres años después de la partida. Más cinco que lo hicieron más tarde tras permanecer prisioneros de los portugueses.

Fue el único de los cinco barcos que, al mando de Fernando de Magallanes, partieron en dirección al mundo recién descubierto buscando una forma de llegar a las indias, ese nombre con el que se conocía al continente asiático y donde estaba el tesoro del momento: las especias con las que poder conservar los alimentos. Un viaje que acabó convirtiéndose en la primera circunnavegación de la Tierra, que contribuyó a demostrar su redondez, puesta en entredicho hasta entonces.

No hace tanto tiempo se cumplieron los 500 años del descubrimiento de América. Los acontecimientos fueron produciéndose a tanta velocidad, que en 2019 se cumple el mismo quinto centenario de esta expedición. Y ayer atracó en València la réplica prácticamente exacta de la Victoria, el único de los cinco barcos que regresó a las costas españolas.

El facsímil se construyó con motivo de la Expo de Sevilla de 1992 y, como tantas cosas de aquella fiesta, languidecía en dique seco hasta que se restauró; ern 2004 dio la vuelta al mundo y ahora sobrevive como buque escuela y haciendo bolos por diferentes puertos.

Estará en València hasta el domingo 15 y los visitantes pueden conocer tanto la técnica para viajar en aquella época como, para qué negarlo, las infernales condiciones en las que sus 45 tripulantes vivieron durante tres años.

«¿De qué morían? De cualquier cosa: golpes de mar, combates con indígenas, peleas entre ellos, motines, hambre, enfermedades...», relata el contramaestre Juan Carlos Villalba.

La actual tripulación goza de privilegios respecto a sus antecesores, ante los que sólo pueden sentir admiración. El actual barco tiene motor, aunque la navegación se hace a vela sin problemas y disponen de instrumentos de navegación que no existían medio milenio atrás. Las cofas se siguen utilizando porque, con las velas extendidas, la visión frontal se reduce para el timonel y hay que trepar hasta llegar a ellas. «Pero ahora llevamos arneses y líneas de vida». Una cosa es la recreación y otra es la legislación vigente en materia de seguridad laboral.

A lo desconocido

Iban prácticamente a lo desconocido, con unas cartas marinas de lo más rudimentario. Hace catorce años, otra tripulación utilizó esta nave para dar su particular vuelta al mundo «aunque en esta ocasión se utilizaron los pasos por los canales de Panamá y Suez y también se subió hasta Japón».

En el cargo se puede apreciar el estrecho espacio en el que se hacinaban los marineros en los momentos de descanso, o la poco apetitosa comida a la que recurrían. «Llevaban vino en lugar de agua porque tardaba más en hacerse malo».

Sugerente el camarote del capitán, la única comodidad de la nave y que no pasa de ser un estrecho zulo en el que el capitán de turno -el último, Elcano- gestionaba la navegación. La fundación Victoria tiene registrado un valenciano entre los tripulantes: el grumete Juan de Olivar, aunque no figura entre los supervivientes de la epopeya.