Sea porque los premios del año pasado ni se han entregado ni se han pagado; sea porque se dan tan pocos premios que el trabajo no se ve recompensado; sea porque, evidentemente, es un gasto, el caso es que el concurso de Cruces de Mayo, siendo estéticamente agradable, no tiene la brillantez de otras épocas. Las comisiones de falla, parroquias y entidades festivas han echado el freno, especialmente en los grandes niveles, donde se plantaban verdaderas obras de ingeniería. Y además, el número de participantes permanece estancado en el medio centenar. La victoria en el concurso ha sido para un clásico donde los haya, la comisión de fiestas de la Virgen de los Desamparados de Patraix, con una cruz tumbada. Lejos están los montajes que hacía este colectivo que dejaban verdaderamente boquiabiertos a los visitantes, que lo tenían ya como un lugar de peregrinaje. Con todo, se trata de una cruz grande, original de concepto. Y también llama la atención la victoria en categoría B de las fiestas del Cristo de Nazaret porque han hecho un montaje grande, largo, con música ambiental incluida. Podría haber competido sin problema en la categoría de cruces más grandes de tamaño. En cualquier caso, y salvo las dos descalificadas y la que no pudo plantar por pedir el permiso fuera de plazo (Obispo Jaime Pérez, que está en su casal), las cruces han servido nuevamente para hacer «labor de equipo». Y bien fomentadas, tienen un margen de provecho enorme.