La Gran Fira de València ha llegado para quedarse durante un mes, durante el cual llevará, con más buena intención que medios, una larguísima serie de actividades recreativas diseminadas por toda la ciudad. Ninguna de ellas será el acontecimiento más recordado del año, porque la ciudad tiene fiestas a punta pala y el listón está muy alto. Pero, de alguna forma, se cumplirá el objeto social de que los ciudadanos puedan encontrarse, en cualquier calle, un divertimento. Ya sea un monólogo, un concierto o un taller infantil. La Fira estuvo, hace no muchas décadas, a punto de desaparecer; languideció con el mínimo esfuerzo durante años, fue creciendo en un tiempo más reciente y ahora es un mezcladillo de actividades. Unidas bajo la advocación de la marca Fira para darle fuerza y convicción. Con actos ingeniosos, otros muy interesantes y otros prescindibles, pero destinados a hacer más llevadero un mes largo y, sobre todo, antipático si hay que quedarse atrapado en el cemento.

La inauguración es un acto modesto. Con media docena de escenas componiendo un pasacalle que, como ya es habitual, creaba el poder de convocatoria en el momento de celebrarse. Aparecen de repente, la gente se sorprende y se queda contemplando bailarines, caballos, marineros, trajes tradicionales y una pareja de huertanos convertidos en muñecos. Ayer, Nelet y su guitarra se convirtieron en marioneta gigante y recorrieron las calles desde esa plaza de la Reina donde se plantó, junto a Quiqueta, hace 104 años.

La clase política no se hizo a la idea de asistir al estreno. El primer año sí que estuvo Joan Ribó. Pero ayer tan sólo astieron, además de Pere Fuset, sus colegas de partido Sergi Campillo y Guiseppe Grezzi. Manuel Camarasa (C´s) estaba entre el público.

No habría estado mal que, al inicio del cortejo, un cartel o algo parecido recordara el motivo del desfile en cuestión, algo que sólo podía descubrirse ya llegados a la plaza o recogiendo alguno de los programas de mano que se entregaban. Hubo que esperar media hora para que llegara el pregón y la traca corrida. Carolina Ferre, la pregonera, aprovechó para hacer un poco de proselitismo. O publicidad subliminal de su nuevo trabajo: «Està tot a punt?». Para, eso sí, definir el tiempo que toca vivir como un momento para «"bambar" por el barrio y disfrutar de nuestras vidas. Para disfrutar con la familia o sin ella, salir a la fresca, descubrir los tesoros de la ciudad y, sobre todo, presumir de ciudad».

Y después se quemó la traca. Se quemó más que se corrió, porque la gente sigue siendo remisa a cubrir trescientos metros delante, debajo o detrás de una ristra que va a una velocidad asumible para un corazón joven. La gente prefiere verla pasar e inmortalizarla. Hace demasiadas generaciones que se perdió el gusto por esta modalidad pirotécnica. Con la cantidad de catadores de pirotecnia que dícese haber en la ciudad, correr una traca es, o debería ser, como plantar un árbol y tener un hijo.

Nada más acabar la traca, la plaza se volvió a llenar con el cine karaoke, una modalidad de éxito asegurado, mientras en los Jardines del Palau continuaba la pasión fallera. El gran buffet festivo de julio empieza hasta que eche el cierre a golpe de clavellón.