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Fiestas y tradiciones

Una cartelería venida a menos

El primer cartel de Feria, en 1887 rompía con todas las estructuras precedentes

A la derecha, cartel de Cortina de 1887. A la izquierda, cartel de la edición de 2018. Levante-EMV

Josep Renau fue expulsado de la Escuela Superior de Bellas Artes de san Carlos de Valencia en 1923 por su postura beligerante ante la mediocre enseñanza que allí se impartía. Su padre le metió a trabajar como dibujante en la litografía Ortega, la que ha hecho los grandes carteles de la Feria de Julio y corridas de toros en Valencia, preciosas obras de arte.

Fue su escuela viva del cartelismo, un género para él desconocido, pero que conoció y aprovechó bien hasta el extremo de afirmar que «el cartel puede y debe ser la potente palanca del nuevo realismo en su misión de transformar las condiciones, en el orden histórico y social, para la creación de una nueva España». Acabó siendo «uno de los artistas españoles más relevantes y valiosos del siglo XX y, sin embargo, uno de nuestros artistas más olvidados y menos reconocidos».

Renau empleó sus conocimientos para mejorar y trascender el cartel, había potencia y garra, madera y raza en él. Fue el cartelista de la República, de la izquierda, de la revolución de los anarquistas y del idealismo social popular, pero, por encima de todo, era artista. Abanderó un grupo de artistas inconformistas, entre los que estaba un paisano mío, de Foios/Foyos, el escultor Paco Badía, cuya obra nunca quiso Consuelo Císcar que estuviera en el Ivam, pese a las múltiples gestiones hechas.

Pionero de los carteles fe la Feria de Julio fue el pintor Antonio Cortina, de Almàssera. El Mercantil Valenciano el 9 de junio de 1887 daba cuenta de ello. Quien hizo una bellísima obra, el primer cartel de Feria, en 1887, que, según Rafael Contreras, recientemente desaparecido, rompía «con todas las estructuras precedentes y en él se introduce por primera vez la imagen saciando las dos terceras partes de la superficie. Este predominio gráfico proseguirá, cada vez en mayor proporción hasta nuestros días».

Rafa Contreras en 2003 hizo un libro donde analizó los «Carteles de la Feria de Julio de Valencia». Afirmaba el maestro contemporáneo del cartel que en la nueva tendencia existe «una casi total ausencia de cuerpos de texto, y un amplio y dinámico muestrario de titulares que se desarrollan en curvas y diagonales, rompiendo la rigidez y el paralelismo de los carteles anteriores, y una exultante policromía y variadísimo diseño de letras que, al igual que las imágenes superiores, sacian por completo el espacio».

En el Archivo Histórico Municipal se conserva aquel famoso cartel de Cortina, en el que no faltaba la bandera de España ni la Real Senyera. En él aparece la entrada de Jaime I -cabalgata histórica-, una diosa repartiendo juguetes a los niños pobres, otra protegiendo al comercio, una estampa taurina,? una síntesis que anunciaba la fiesta como era su cometido.

Aquellos carteles eran fruto de concurso público convocado y premiado por el Ayuntamiento de Valencia. Los artistas aspirantes presentaban un boceto y memoria y se adjudicaba al que se estimaba mejor y en caso no se adjudicó si las obras no eran del gusto del jurado. Con el nuevo gobierno municipal, la cartelería se adjudica a dedo, no por concurso, y la elección de los artistas peor no puede ser. El resultante nada que tiene que ver con la larga tradición cartelística iniciada por Antonio Cortina.

No hay imágenes, ni color en los carteles festivos de esta barroca Valencia. Más parecen carteles surgidos de inspiraciones hepáticas, desustanciadas, daltónicas, inculturizadas. La teoría de Pere Fuset, el ideólogo de la cartelería del nuevo régimen, es que quieren hacer cosas distintas, y ven lo que les sale. Ni imagen, ni color, retroceso a los pasquines y libelos del siglo XVIII, O lo que es peor, que los autores del stablishment tienen el gusto donde las abejas. Nada que ver con nuestros grandes cartelistas, que sí sabían dibujar, pintar, colorear, y, además, conocían la antropología mediterránea de nuestro pueblo.

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