La elección de las falleras mayores de València de 2019 empezó ayer su fase decisiva y las 146 candidatas afrontan el último esfuerzo. Primero, el escalón intermedio del todo o nada, en el que, de 73 y de 73 quedarán tan sólo 13 y 13. Ahí, las que no salgan elegidas se quedarán para siempre (o para otra ocasión si deciden repetir) con la condición de «preseleccionada» o «finalista». Que les permite aparecer en el Libro Oficial Fallero del año en curso como premio de consolación tras un par de meses en los que habrán soñado una y mil veces con el momento en el que el secretario general de la Junta Central Fallera dice su nombre en la Fonteta. Y a partir de ahí, el premio gordo, el de fallera mayor, para el que más de una ni siquiera luchará, satisfecha con estar, por lo menos, en el grupo de las electas y selectas.

Este año, este proceso que tanto apasiona a una parte de los protagonistas de la fiesta y que le causa sarpullidos a otra parte (minoritaria en comparación) ha racionalizado un poco sus fechas. Se ha retrasado una semana. El pasado año, Rocío y sus falleras estuvieron más de un mes en danza antes de empezar. Este año serán siete días menos, que algo es algo. Se ha ganado un poco a la sinrazón. Y más tiempo para las candidatas estudien nombres de artistas falleros, pirotécnicos y patrimonios de la humanidad.

Este proceso es cada vez tan sofisticado, que los hay que buscan vías de negocio. Ya no se trata sólo de las tiendas de indumentaria, que entra dentro de lo normal, o el maquillaje y la peluquería. Ahora hasta hay hasta ofrecimientos de asesoramiento, a mitad camino entre el personal trainer y la wedding planner, para preparar las pruebas y línea de consulta abierta las 24 horas a cambio de unos cientos de euros.

Lo que pasa es que no siempre es fácil prever al jurado ni con psicólogos oportunistas. Ayer, por ejemplo, era en teoría un día fácil. Llegar, recibir un discurso de bienvenida de Pere Fuset, presentarle a los que van a ser sus calificadores, hacerse unas fotos en la escalera del Palau de les Arts y regresar para recibir el número que las identificará (al que deben añadir en letra clara el nombre de pila) y, en todo caso, una charla de presentación. Un trámite. Pero no.

Las candidatas mayores, con sus mejores galas e izadas sobre tacones imposibles, empezaron sin sobreaviso. En frío. Un test por escrito (más psicológico que de conocimientos) y un juego de preguntas encadenadas en la que cada una se presentaba y le hacía una pregunta a la siguiente. Que aquí nunca sabes si es bueno hacer una pregunta difícil o fácil. A mover el manzano desde el minuto uno.

Las niñas también tuvieron una prueba de interactuación en una tarde que no olvidarán por el calor que pasaron. En la foto oficial (todavía les pilló la solana) y en la sede de la Junta Central Fallera (el salón donde estuvieron era un horno). Las niñas salían a las nueve de la noche y las mayores ya casi a las diez, mientras los bares de la zona comprobaban el impacto económico que supone una presentación de candidatas por la espera de los progenitores.

Todas empiezan ya las pruebas, aunque las excursiones a Calvestra se aplazan al próximo fin de semana por el mal tiempo. Ellas deberán poner siempre... buena cara.