Dicen que uno no es de donde nace sino de donde pace. Esta frase, que se hace realidad en no pocas situaciones migratorias, no evita, en cambio, que la añoranza por la tierra natal no esté ahí, siempre presente de un modo u otro. Algunos echan en falta la comida, otros la familia o los amigos, pero el centroafricano Osama lo que extrañaba era otra cosa, su forma de vivir, su hogar, en definitiva. Tal vez por eso decidió, hace ya algo más de un año, aprovechar un solar abandonado en el barrio de Campanar, y que antiguamente fue un foco de drogas, para construir, con sus propias manos, y con todo lo que se iba encontrando como palets, maderas, puertas... una casa al estilo africano, es decir, cuyas paredes son de adobe.

Para el ojo poco avispado puede que esta casa pase incluso desapercibida, pero está ahí, en la calle Pío Baroja, frente al cementerio de Campanar. De hecho, desde hace unos meses junto a la original se está levantado ya otra. En ella, precisamente, es donde reside ahora mismo Osama. Lo encontramos cocinando y tratando de arreglar los pequeños desperfectos que la intensa lluvia caída en la mañana de ayer provocó en su choza africana. «Aquí me siento bien, estoy tranquilo, es mi hogar y solo pido que me respeten», comenta Osama mientras da vueltas a una pasta de sémola que cocina con paciencia.

Llegó a España en 2005. Allí, en su país, dejó familia, algunos hijos incluso y también varias casas construidas por el mismo con el mismo estilo de las que está haciendo ahora en Campanar. «Era obrero y también bailarín, tenía un grupo allí en mi país», dice con orgullo.

Hoy, Osama se gana la vida como puede, como tantas otras personas recoge chatarra que trata de vender y, de vez en cuando, le sale algún trabajo de albañil o de alguna otra cosa. Mientras tanto, sigue avanzando en sus dos casas recopilando materiales que otros dejan como inservibles pero que para él pueden ser una parte de una pared, una ventana, un pedazo de su techo o un elemento para proteger su pequeño huerto. Sí, trata de cultivar lo que puede, pues terreno no le falta.

Contrasta con el paisaje

Estas dos casas, ubicadas entre un tramo de huerta y algunas de las fincha más altas y de reciente construcción de la ciudad, contrastan de una forma bastante llamativa con todo su entorno. Osama, asevera que la relación con los vecinos es buena. O, más bien, inexistente: «no conozco a nadie, ellos viven del otro lado de la calle y yo aquí, nos vemos pero nada más», dice.

Del mismo modo, dice que la relación co la Policía Local, cuyo retén está muy cercano a su casa, es también cordial: «Ellos me conocen bien, están aquí al lado y los veo mucho, pero no tengo ningún problema con ellos».

Osama reivindica que esto es para él como un pedazo de África en València, dice que en este hogar tan peculiar que se ha construido se siente «en paz» y solo pide algo de ayuda para poder acabar el techo: «Es lo más difícil, necesito madera y otros materiales y si alguien me puede ayudar, sería fantástico». De momento, lo solventa con cartones y plástico que, en días como ayer, resulta evidente que no son suficientes.

Nos despedimos de Osama con un apretón de manos mientras cae una lluvia fina sobre este hogar en el que se siente libre y como en casa. «Hablamos otro día si queréis, yo aquí estoy» comenta mientras mira su próxima comida que ya va tomando forma, al igual que su segunda casa. Solo el tiempo dirá si podrá seguir ahí o se verá obligado a desalojarla.