Se podría decir que la iniciativa de la Comisión Europea de crear un Día Mundial Sin Automóvil ha alcanzado este año su mayoría de edad. Surgió en el año 2000, aunque antes ya habían aparecido iniciativas puntuales, pero sin ninguna continuidad. Ayer, València, como tantas otras grandes ciudades del mundo, celebraba este día en el que se fomenta dejar el coche en casa y moverse en los transportes públicos como el metro o el autobús que, además, eran gratuitos. No obstante, y salvo honrosas excepciones, la ciudadanía sigue sin cambiar sus hábitos en este día, tal y como se podía observar en el centro de València, con frecuencias de tráfico bastante similares a las de cualquier otro sábado. Esta cuestión, que se celebre siempre el 22 de septiembre, conlleva, además, que las mediciones de éxito o fracaso sean bastante relativas porque no es lo mismo el tráfico un día laborable que uno de fin de semana.

No obstante, al preguntar a pie de calle las reacciones eran, en la práctica totalidad de los casos, favorables a esta medida tanto por lo que respecta a la gratuidad del transporte, que muchos pedían que fuera «más veces al año» como por la reducción de la contaminación tanto acústica como ambiental que se genera al reducir el tráfico rodado en las grandes urbes.

Pero, como dicta el refranero español, «del dicho al hecho hay gran trecho». Así que ayer, como suele ser habitual, gran cantidad de personas optaban por el coche para sus desplazamientos cotidianos. Muchos de ellos, además, viajaban solos, con la ineficiencia que ello supone.

Tal y como comentaban varios conductores de autobús consultados por este periódico, muchos usuarios desconocían que ese día no había que pagar. Mostraban su satisfacción y algunos hasta preguntaban el motivo, pero tantos otros pasaban sin más y seguían con su rutina. Algún conductor confesaba, incluso, que ni él mismo se acordaba por la mañana de que ese día no tenía que cobrar y que en la central no había visto carteles informativos al respecto. Otros, sí comentaban que algunas personas, procedentes del entorno urbano, les habían dicho que habían combinado el tren y el bus o el metro, conscientes de que eran gratuitos.

En el metro, se sucedían las situaciones de personas, sobre todo turistas, tratando de sacar un billete sencillo, a pesar de que en la máquina indicaba que era un día «gratuito». Y, cuando al final caían en lo que pasaba, la sonrisa brotaba de sus caras, sobre todo en las de aquellos que iban al aeropuerto, que, además, es más caro.