Cuando los 22 valencianos y valencianas homenajeados ayer nacieron, el mundo empezaba a enmudecer los cañones. Unos entusiastas del "foot-ball" se reunían en el Bar Torino pensando en crear un nuevo club para la ciudad; el movimiento sufragista se hacía fuerte en el Reino Unido, empezaba la aviación comercial y un ya maduro Ramón y Cajal no paraba de recibir premios.

Sobrevivieron con apenas semanas o meses de vida a la pandemia de Gripe Española (que no tenía nada de española) que asoló el mundo y su juventud quedó tronchada por una Guerra Civil que les pilló con apenas veinte años, en la flor de la vida. Quizá no sea casualidad que, de los 22 invitados -Ovidia Rubio, al final, no pudo asistir- tan sólo seis eran hombres. O que haya bastantes centenarias solteras.

Algunos de los que estaban recordaban sus andanzas en el conflicto fratricida. Si no son valencianos de nacimiento lo son de acogida. Por consiguiente, de provincias cercanas. Por consiguiente, todos del bando perdedor. «Era rojo y sigo siendo rojo» comentaba, con suma lucidez, Fernando Robles, quien reconocía, sin embargo, que tuvo suerte porque «fui con 18 años y en toda la guerra no disparé ni un sólo tiro». Era barbero y cartero del alto mando, aunque al regreso pasó sus apuros, pero recuerda sus andanzas cruzando la frontera de Francia en burro.

Tres años y 37 meses militarizado

Más aún tuvo Juan Antonio Castillo que «estuve tres años en la Guerra en Teruel y, como fui del bando perdedor, luego me mandaron a Huelva a hacer 37 meses de servicio militar. Por lo menos, acabé siendo cabo. Pero soy un superviviente». O como el padre de Israel Blasco, que fue alcalde en Alborache y se salvó «porque escondió a un sacerdote. Si no, siendo alcalde republicano, pudo pasarle cualquier cosa». José Fabra recordaba las penalidades en un campo de concentración en Francia.

Ayer, el ayuntamiento homenajeó a aquellas personas que han cumplido cien años. «Este es el año que, aunque parezca mentira, más equilibrada está la presencia de géneros entre los nuevos centenarios de la ciudad de València», dijo de ellos el alcalde Joan Ribó. «Siempre ganáis vosotras, madres, esposas y abuelas coraje que alcanzáis los cien años en un momento en que la igualdad entre hombres y mujeres es un clamor y una reivindicación imparable en la sociedad valenciana».

«Un acto de justicia»

La edil de personas mayores, Sandra Gómez, no duda en reconocer siempre que llega este día que «es uno de los actos más bonitos del año» y lo considera «un acto de justicia a vosotros, la generación de 1918, que vivisteis años difíciles, pero que con vuestro trabajo y, sobre todo, sacrificio, nos legasteis una sociedad mucho mejor que la que vosotros os encontrasteis».

Se refirió a los centenarios con expresiones como «fuerza, experiencia y vivencias» pero también reiteró una de las líneas maestras de su política con las personas mayores. «La visión de tranquilidad está obsoleta. Las personas mayores han de estar activas para sentirse imprescindibles y hay de ser tratadas como personas que tienen inquietudes. Ellos nos cuidaron y ahora somos nosotros quienes debemos cuidarlos».

Es cierto que la veintena de asistentes ayer mostraban distintos grados de lucidez. Unos siguen de pie y lozanos. A otros les cuesta bastante más. Amparo Burgos se soltó recitando unos versos y Juan Antonio Castillo, con voz entrecortada y una dosis de humor negro recordó que «podemos estar contentos: hemos cumplido cien años sin avales, recomendaciones o enchufes. Hemos tenido suerte. Nos hemos librado de las llamadas que diariamente se hacen con destino al Paraíso. No nos han incluido y no vamos a reclamar».

Longevidad de familia

La longevidad es muchas veces cuestión de genética. Pilar Arocas acaba de cumplir cien años, pero le faltan cuatro para alcanzar la edad de su madre.

Hace cien años se estilaban nombres ahora poco habituales: Modesto, Delfina, Ovidia. O Israel. "Es que antes de la guerra se ponían nombres poco cristianos" dicen sus familiares. O Cesarea. «Es el nombre de una prima que se murió muy pronto».

Aún se emocionan los hijos de Josefa Segarra pensando en cómo sacó adelante a sus tres hijos enviudando muy joven. La biografía de Modesto Parrilla aparece en la «Xilocapedia», la versión Wiki de los hijos del Valle del Jiloca. O Alfonso Navarro, toda una institución en el mundo de la aguja a caballo entre su Alzira natal y la València a la que llegó con 17 años. En casa perdieron un ebanista y la ciudad ganó un sastre. «Vestí a alcaldes, arzobispos y militares. Desde Miguel Roca a López Rosat» y sus creaciones estuvieron en pasarelas de Rio de Janeiro, Londres y Roma. La vida les ha deparado un libro de aventuras, que están dispuestos a seguir escribiendo.