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Remodelación

Volver la vista atrás sobre la Alameda

«El reto hoy es devolver a la Alameda su valor histórico, artístico, botánico y paisajístico que ha ido perdiendo sin dejar de ser un lugar vivo»

Volver la vista atrás sobre la Alameda

La reciente noticia de una remodelación del Paseo de la Alameda de València merece una reflexión sobre las transformaciones de este lugar a través de sus más de cuatro siglos de existencia. Los intentos de mejora no siempre han conseguido su propósito: algunas veces se han dado pasos para luego desandarlos, como cuando se instaló allí un Jardín Botánico (1798) para cambiarlo de ubicación en menos de cuatro años (1802). O cuando los cambios de uso del Paseo han contentado a unos pocos e incomodado al resto de ciudadanos. Por eso es importante volver la vista atrás para aprender y pensar muy bien qué es lo que hoy se quiere de la Alameda antes de modificar su trazado, sus usos y también la idoneidad de las especies botánicas a introducir.

Desde los álamos iniciales hemos llegado a los actuales almeces que, si bien es cierto que causan pocos problemas, sus alineaciones no están a la altura del arbolado vertical y de gran envergadura que requiere la anchura del paseo y la escala del entorno. El reto de hoy es devolver a la Alameda su valor histórico, artístico, botánico y paisajístico que progresivamente ha ido perdiendo, sin que por ello deje de ser un lugar vivo.

En un principio, no se pensó en la Alameda como paseo urbano. La plantación de unas filas de álamos en 1644 se ha interpretado a veces como el origen del Paseo, cuando su función era asentar el terraplenado del muro en el pretil del río que la Fábrica Nova del Riu estaba construyendo en la parte del Real. Incluso 30 años más tarde, en 1674, cuando se pensó en formar un espacio lúdico vinculado al Palacio Real, aún no tenía las trazas del Paseo público que sería más adelante. Era sólo una explanada ovalada delimitada por un huerto arbolado, como una extensión de los del Palacio para celebrar paradas militares, corridas de toros y otros festejos.

Habrían de pasar casi 20 años más para que se construyera formalmente la Alameda. La ordenación y trazado de finales del S.XVII la convertiría en un Paseo para el ocio y recreo de los ciudadanos, a la altura de las ciudades más importantes. Así, en 1692-94 los Libros de Instrumentos citan que se regulariza el trazado, se prolonga en tres filas el arbolado hasta el puente del Mar, con un sistema de riego eficaz, y se consolida la elipse frente al llano del Real, como lo vemos en el plano de Tosca (1704). Los árboles son, según el P. Teixidor, álamos, cipreses y palmeras y en el óvalo del Real existían huertos cuidados por labradores, plantados de ponsiles, granadas parras y rosales. En el siguiente plano (1738) ya observamos una serie de cambios: las torres de San Felipe y Santiago (1714) aún hoy existentes, y la delimitación arbolada de una nueva vía en donde se ubicó la ermita de la Soledad, un óvalo con palmeras, su huerto cercado de olivos y una gran encina. Al tiempo de construir las torres se hizo una remodelación y se reordenó la plantación; existe la orden municipal, en 1714, de replantar álamos blancos en la luna menguante de enero.

Sobre las plantaciones históricas de la Alameda, los Libros Capitulares citan que en 1752 un fuerte vendaval derribó muchos árboles y el dinero recaudado por la venta de su madera se invirtió en la plantación de 16 cipreses, 260 álamos y en arreglar desperfectos. Y 40 años más tarde, ya a finales del siglo XVIII, en 1792, aparece en el Diario de Valencia una descripción de la Alameda en donde vemos, por primera vez, algo muy importante: la alineación central doble: dos hileras juntas en el medio de álamos negros, además de mil álamos blancos. Alamos, cipreses y palmeras rodean los óvalos, y en la Ermita, cercos entretejidos de azahar y mosqueta (naranjos y rosales). Con cercos entretejidos de azahar se refiere a los enverjados de naranjos lligats que hicieron famosos los lligadors d'orts valencianos desde el Renacimiento.

Hasta finales del s. XVIII la vegetación era la propia del lugar, sin muchas variaciones. En los mismos Libros Capitulares leemos que, al instalar el Jardín Botánico (1798) junto a la Torre de Santiago, que es la más distante del cauce, se plantaron especies exóticas americanas: cinamomos, árboles del Paraíso, terebintos, aguacates y palmas. Este Botánico se trasladó en 1802 a su actual emplazamiento, decisión motivada, en parte, por la presión popular al considerarse que se había usurpado parte del paseo público en favor de una institución. Hoy, podría considerarse que la usurpación es del tráfico, los aparcamientos, las terrazas... Al lugar en donde existió de manera efímera el Botánico se le llamó el Plantío o vivero de árboles. Algunos de ellos provenían del Jardín Arzobispal de Puçol y fueron trasplantados al nuevo Botánico. Otros, quedaron en el Plantío que se reordenó con una calle central de naranjos en un intento de identificarlo de nuevo con la flora valenciana del resto del Paseo.

En 1811, Laborde cita: álamos, cipreses, plátanos, laureles, limoneros, naranjos y granados. Sobre mitad del siglo, en 1853, hay noticia de los hermosos tilos existentes en el Plantío y casi 30 años más tarde, El Mercantil Valenciano del 19 de diciembre de 1880 informa sobre la plantación de los Eucaliptus de los óvalos. A través de toda esta información, vemos que la estructura vertical del arbolado era muy potente: muchos, muchísimos álamos, blancos en los laterales y doble hilera de negros en el centro. Eucaliptus situados estratégicamente para que, con la majestuosidad de su altísima copa, marcaran el principio y final, en los óvalos. Cipreses, pinos, palmeras? sólo con esto, la estructura vegetal del Paseo ya estaba formada. Luego se podían añadir otras especies, pero la escala estaba definida.

Hoy, esa escala ha quedado desdibujada, y podemos comprobarlo fácilmente: si nos dirigimos por el Puente de las Flores hacia la Alameda, al llegar veremos unos eucaliptus antiguos, que dan la verdadera escala al Paseo. Y a sus pies, unos pequeños árboles: los almeces que marcan actualmente las alineaciones. Es evidente que, para acertar con el criterio de elección del arbolado estructural hay que pensar no sólo en la especie que menos problemas vaya a causar, sino en la que mejor se adecúe al espacio y a la función Hoy vemos aún restos dispersos de aquel gran arbolado y, con vistas a una posible reforma, habría que prestar a este asunto la máxima atención.

Durante la segunda mitad del S.XIX, se fue prolongando la Alameda y regularizando sus plantaciones. El último proyecto, ya en el S.XX, del arquitecto municipal Goerlich en 1932, es el que nos entrega la estructura formal de la Alameda que tenemos ahora, desde el puente del Real hasta el puente de Aragón.

Pero ha habido un cambio importante: hoy, todo el recorrido de la Alameda se corresponde, en paralelo y a nivel inferior, con el actual jardín del Turia, que sería capaz de absorber alguna de las funciones que se le pide a la Alameda actual, si hubiera una comunicación más fluida entre sí. Es más; posiblemente, la alternativa de un carril bici redimensionado y sombreado por el cauce del río que mejorara el existente, sería un aliciente para los ciclistas, que podrían permitirse el lujo de circular ajenos al resto del tráfico; siempre que las bajadas y subidas por los puentes se adecuaran. El río y la alameda no deberían darse la espalda, sino más bien complementar sus funciones y potenciarse entre sí.

La cuestión a la que esta ciudad debe dar respuesta es, cómo transformar los espacios públicos, sobre todo los históricos como es el caso de la Alameda, en una parte del equipamiento de la ciudad en donde, tanto la vida bulliciosa que se genera en ella como el disfrute de un espacio singular, puedan coexistir. Y la respuesta no es hacer un aparcamiento subterráneo y más zona verde, como parece ser la idea municipal. Habría que empezar por distinguir entre lo que es una zona verde y lo que es un paseo-jardín histórico, porque parece que se está confundiendo. Y remodelar un jardín histórico es algo tan complejo que incluso existen normas internacionales de obligado cumplimiento en las áreas protegidas, como es el caso. Racionalizando el espacio, estudiando la movilidad de todo el entorno, priorizando el transporte público y quitando protagonismo a los aparcamientos y a las formas de desplazamiento rodado en aras de favorecer al viandante; reestructurando la vegetación de la Alameda para devolverle su escala y función correctas y estableciendo un plan de mantenimiento integral, quizás fuera posible que, en un paseo con 400 años de antigüedad, se pudiera volver a pasear bajo una buena sombra.

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