La ermita de Vera se alza rodeada de huertas y acequias que se extienden desde el Poble de Benimaclet hasta el mar, vergel florido y fecundo oasis moruno, que dinamizaba social, económica y religiosamente la zona. Forma apretado y gracioso conjunto con un molino hidráulico, que aprovechaba las aguas de la acequia de Vera, y un horno. Perteneció primero a los Dominicos y luego, tras la Desamortización, fue comprado el grupo arquitectónico al Marqués de Malferit.

El ermitorio es muy pictórico, con sus edificaciones contiguas, aparece en el catálogo de obras de numerosos pintores, acuarelistas y dibujantes. Un clásico de la pintura al natural. Justo a sus espaldas pasa la acequia de Vera, y antaño estaba «el clot», un paraje típico huertano donde los lugareños pescaban anguilas. El encauzamiento acabó con su belleza natural. A los Dominicos el Estado, cuando la Desamortización, les robó esta propiedad y sus huertas, que fueron compradas por el Marqués de Malferit.

En origen la ermita, por dominicana, estaba dedicada a la Verge del Rosari, porque los frailes de esta religión fueron grandes promotores de su devoción y el rezo del rosario. La tradición oral, habla de que una imagen de dicha advocación fue hallada en una acequia cercana, y allá que la encumbraron en su altar mayor. La ermita era muy concurrida por los lugareños, gozaba de gran predicamento. De cuando había más curas y el catolicismo de la gente se medía por los tempranos horarios de Misa, la Ermita de Vera tenía su primera Misa a las siete de la mañana, para que los labradores y sus mujeres luego pudieran irse a trabajar. La trágica epidemia de cólera no entró en este singular «racó».

Tienen en una capillita lateral a Sant Antoni del Porquet, protector de los animales, al que los labradores veneran. A ella van y vuelven los de Benimaclet con els Sants de la Pedra en romería. En su altar mayor ya no está la histórica Virgen del Rosario, se la cambiaron por la Inmaculada Concepción cuando la Iglesia declaró su dogma en 1854.

Cerca de allí, junto al camino de Vera, la familia de Teodoro Llorente tenía la alquería horno de Bola, donde el laureado escritor y poeta compuso de sus obras. Un terrateniente se quedó la alquería y transformó su solar en tierras de cultivo. Eran los años de la insensibilidad cultural y por ello estuvo a punto también de caer bajo la picota el popular histórico-artístico-religioso enclave de Vera, si no hubiera sido porque un dirigente social y agrícola, Miguel Sancho, promovió una campaña de sensibilización y se plantó en el Ayuntamiento de València en 1982, clamando un particular Salvem Vera. Los munícipes, entonces socialistas, le escucharon y compraron por 14 millones de pesetas el molino-ermita-horno al Marqués de Malferit. Hoy la ermita, por fortuna, está salva y sana, está cuidada y protegida, no se la comido la especulación ni la arrolladora expansión de la Politécnica, y junto a ella se ha instalado el Museo de la Agricultura Valenciana.

Potenciada por la Associació Cultural de l´ Horta, la huerta de Vera vive en la mañana del 8 de diciembre, desde muy temprano, la jornada de la que es titular de su ermita, con espíritu religioso, cultural, social e histórico. Algo digno de ver, conocer y vivir, muy entrañable.