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La degradación se apodera de la estación de autobuses a punto de cumplir 50 años

Usuarios y vecinos demandan la reforma urgente de unas instalaciones que "son muy anticuadas" y están "sucias"

Una botella de agua con gel en el baño. g. s.

Una paloma dormita sobre una pantalla apagada en el interior de la sala de espera de la estación de autobuses de València. Esta estampa resume a la perfección el estado de degradación de una instalación que en febrero cumplirá ya 49 años y que se acerca, por tanto, a su medio siglo de vida pidiendo a gritos una reforma integral como así hacen, precisamente, tanto gran parte de sus usuarios como los mismos vecinos de la zona.

Pasear por el interior de esta «obsoleta» estación, como la define Jesús, uno de sus usuarios habituales, es una especie de viaje al pasado. El tardofranquismo la erigió en 1970 bajo un estilo sobrio y austero llevándose por delante, por cierto, la Estación Sur de Doctor Waksman en un claro pelotazo urbanístico que ya era algo común en aquellos tiempos.

Desde entonces esta estación permanece como la única de una ciudad de casi un millón de habitantes, pues en el olvido han quedado otros proyectos para construir dos más, uno en el entorno de la Ciudad de las Ciencias, y otro en la Avenida Cataluña.

Hoy, casi 50 años después de su inauguración, paredes desconchadas, pintura desgastada, cristales llenos de excrementos de paloma, locales cerrados a cal y canto e incluso techumbres con aspecto de ser de amianto, un material prohibido por su alta toxicidad, constituyen el paisaje con el que tienen que convivir los usuarios que pasan por ella a diario.

«Da asco entrar en los baños»

Uno de los lugares en los que más se aprecia esta degradación es en los baños. Allí, una botella de agua rellena de gel y un rollo de papel del baño sobre la encimera son los únicos elementos de higiene. Pero la situación empeora por las noches como relata Álvaro Gómez: «el aspecto de abandono es total, da asco entrar allí e incluso me he llegado a encontrar con gente pinchándose o tomando drogas», relata. Esto, en parte, se debe a que la estación está pegada a uno de los puntos negros de drogodependencia de la ciudad, como es el parque de la calle Gregorio Gea.

El paseo por la estación continúa pasando por una mayoría de locales comerciales abandonados y por unas escaleras mecánicas que se estropean frecuentemente, de hecho, el día en que la visitamos están cerradas. Antes de llegar a ellas, el pasillo que conduce a la parte inferior, donde salen y llegan los autobuses, da la bienvenida al viajero con unos cristales donde los excrementos de paloma son los grandes protagonistas. Ya abajo, la situación no es mucho mejor. Una cafetería de reciente apertura y un local de paquetería, donde encontramos a sus gerentes pegando un cartel publicitario ante su inminente apertura, son la excepción de un recinto desierto donde incluso la sala de espera VIP permanece totalmente cerrada.

Allí también hay baños que tienen, por cierto, el mismo sistema de higiene; botella de agua de plástico rellenada y rollo de papel sobre el banco. «Me la esperaba un poco más grande y más moderna. La veo un poco anticuada, necesita una buena reforma. Además, que estén los autobuses fuera tampoco me gusta. En Madrid están bajo tierra y me parece más seguro. Hoy hace buen día pero si llueve o hace frío es un inconveniente», explica Marina, que visita la estación por primera vez, procedente de Madrid.

Este lugar constituye un punto de reivindicación frecuente por parte de los vecinos de la zona. De este modo, Pepe Benlloch, portavoz de la Asociación de Vecinos de Campanar, dice que «parece mentira que una estación central como esta tenga el aspecto actual. En su fachada abundan los negocios abandonados y dentro es un espacio sucio. Deberían hacer algo para que fuera un espacio más digno. Además, la degradación llama a más degradación». Él recuerda que cuando Alsa, la actual concesionaria, se hizo cargo de la estación «la adecentó un poco, se pintó y parecía que iba a empezar una nueva época, pero luego todo ha seguido completamente igual», lamenta.

Por su parte, Jesús, vecino de Requena, evidencia que «para mucha gente este el primer contacto con la ciudad y es lamentable que esté así. No es una estación para la tercera ciudad de España. En otros sitios, como en Sevilla, es más moderna y limpia y, además, tienes la estación de tren al lado». Precisamente, la falta de conexión directa con otros modos de transporte como el tren o el metro es otra carencia histórica de esta estación que ya bien entrado el siglo XXI tiene otra limitación básica: la falta de página web ni de redes sociales donde ofrecer la mínima información: «La he buscado en Google, pero no he visto que tenga página web, algo que me parece increíble en estos tiempos», critica Marina que sigue su camino mientras una paloma la observa y continúa picoteando por ahí.

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