Si es cierto que los espacios se impregnan de lo que han vivido a lo largo de los tiempos, el contraste no puede ser más contradictorio pero, a la vez, reparador y reconciliador. El Colegio Sagrado Corazón Carmelitas Vedruna inaugurará el próximo lunes su belén aunque ayer algunos padres ya hicieron una primera incursión. Ha sido realizado por el Ampa del colegio y responde a los parámetros más o menos previstos: su papel pintado y arrugado simulando montañas, las figuras de diferentes estilos, donde se distingue a la legua que han sido adquiriros en diferentes tandas y épocas. Algunas de las piezas, dicen, son muy antiguas y se han sometido a un proceso de restauración. Juegos de luces, un forrado de paredes en azul a base de bolsas de basura que no parecen tal y, en definitiva, la iconografía que recuerda un momento dichoso con su anunciación, su adoración y su nacimiento.

El contraste se aprecia inmediatamente que se levanta la vista hacia uno de los extremos. Una puerta vetusta, con un ventanuco en su parte superior. Porque el nacimiento se ha puesto en el antiguo refugio que, durante la Guerra Civil, se construyó en el colegio y que también servía como «cheka». Un lugar para pasar miedo con los bombardeos y terror por el arresto.

Y es que el colegio de las Carmelitas tuvo un papel relevante en la historia del conflicto en la ciudad. Como es fácil imaginar, las monjas tuvieron que abandonarlo, y posteriormente pasaría a ser la Dirección General de Seguridad durante el periodo en el que València fue capital de la República. Temor y dolor se mezclaron en aquellos oscuros tiempos. En el colegio aseguran que «una de las madres que han realizado el belén sabe que una antepasada suya estuvo detenida ahí mismo».

El aspecto del refugio, uno de los pocos que permanecen en pie, en la ciudad, es contradictorio. Construido debajo del patio principal, su estructura permanece perfectamente conservada: los pasillos con arcos, los asientos donde se aguardaba el final del bombardeo, y las pequeñas salas que hacían las veces de celdas, los tragaluces y, por supuesto, las empinadas escaleras que se adentran en las entrañas del edificio. El aspecto, sin embargo, no remonta a la época del conflicto, puesto que, cuando regresó la actividad docente, el subterráneo se transformó en almacén. Las paredes se blanquearon y se puso un suelo nuevo, típico de los años cincuenta, una vez recuperado también de los estragos sufridos por la riada. Actualmente, de hecho, sigue siendo almacén.

«El refugio siempre había estado cerrado al público» aseguran responsables del colegio. Ya no quedan monjas, a pesar de que, tras la Guerra, regresaron. Pero sí que quedan recuerdos, familiares de antiguas alumnas relatan algunas de las vivencias de aquellos tiempos. Como la explosión de la capilla, que se había convertido en polvorín y fue alcanzada por una bomba, por lo que hubo que reconstruirla íntegramente. Ahora, pastores, reyes, estrellas y bebés reconstruyen el espacio como testigo de otro tiempo.