La profesión de churrero va asociada al calor, pero al que se desprende del aceite caliente y no al climatológico. En otras palabras, para vender, sobre todo en las horas centrales del día, precisan de que el ambiente sea entre templado y frío. Muy alejado, por tanto, a los 29 grados que ayer se llegaron a alcanzar en el centro de València. La jornada de domingo era la primera en que estaban abiertos los numerosos puestos que hay distribuidos por toda la ciudad, aunque algunos ya aprovecharon la noche del sábado para atraer a los primeros clientes. Pero la sensación ayer no era demasiado positiva, por no decir que era entre negativa y preocupante.

«A nosotros nos viene mucho mejor que haga más frío» decía una churrera que, señalando a la gente que pasaba por delante de su puesto, sin pararse casi ni a mirar, decía «mira si van en manga corta y tirantes, qué vamos a vender así, ¿una orxata?».

Algo más allá, otro churrero reconocía que el día estaba «muy flojo» pero mantenía la esperanza de vender más al caer la tarde y la noche: «Este clima no es bueno para los churros, puede ser bueno porque sale más gente a la calle, pero no para vender nuestros productos», explicaba para añadir que «los turistas suelen comprarnos más que los de aquí». Pues venir a València en Fallas se sigue asociando a comprar churros, buñuelos y chocolate.

Donde si se registraban ligeras colas, sobre la misma hora, era en la buñolería más antigua de Ruzafa, el Contraste. Su propietario, Mariano Catalán reivindicaba los puestos tradicionales como el suyo: «Los que vienen de fuera pueden trabajar muy bien, pero para probar buñuelos es mejor acudir a comercios tradicionales», decía. Él restaba algo de importancia al calor porque «cuando llegan fallas la gente quiere buñuelos y churros siempre».