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La obsolescencia programada del Parc Central de València

En esta ciudad bendecida climática y ambientalmente resulta difícil sufrir el síndrome de Stendhal

La obsolescencia programada del Parc Central de València

Con la proclama oficial lanzada por las autoridades (València estrena el Parc Central. Y esto es solo el principio. Con su ayuda se podrá mantener la belleza y capacidad de evocación de este nuevo parque y continuar hasta culminar el proyecto en toda su dimensión) se ha abierto a la ciudadanía el 40 % del espacio público más necesario en el corazón de la ciudad. Resulta vital para los barrios colindantes, para el futuro de la urbe y para la impronta que se llevarán viajeros y turistas. Cada nuevo jardín, cada nuevo árbol, es una conquista social. La calidad de vida en las ciudades depende, en gran medida, de su presencia: los metros cuadrados de espacios verdes, el número de árboles por habitante y la calidad y salud del arbolado son algunos de los mejores indicadores.

Me acerco a visitar el arbolado del Parc Central una fría tarde de febrero. Saltan a mi mente los recuerdos emocionados de las primeras visitas a los grandes parques con los que se le compara: el Hyde Park de Londres, el Central Park de Nueva York, el Bois de Boulogne de París o el Parque del Retiro de Madrid. Grandes espacios que dignifican desde hace siglos la vida de los ciudadanos, al tiempo que visten de gala y honran a la ciudad que los posee. No deberían pues extrañarnos las apelaciones de la autoridad a las emociones más sublimes, a la capacidad de evocación y a la belleza, que de ser ciertas podrían causar en las almas sensibles el fenómeno conocido como síndrome de Stendhal: una sobredosis de belleza que causa turbación, provoca vértigo y en los casos más graves incluso depresión. Paseando por el Parc Central me asalta una duda ¿cómo serán estos árboles, estos jardines, en el futuro? ¿Serán seguros y sostenibles?

«Un alcalde»

El escritor francés Stendhal, viajero infatigable y apasionado del arte, amaba los árboles. En su obra muestra cómo los seres humanos dependemos emocional y psicológicamente de la naturaleza, de los bosques; y no duda en señalar los riesgos y patologías que reinan en el ambiente urbano: cínico, individualista, materialista. En su novela más conocida «Rojo y Negro» dedica un capítulo a describir el escenario, los intereses espurios y las petulancias de la autoridad al levantar una terraza arbolada para el goce los vecinos. Y aunque necesaria, no todos los vecinos están de acuerdo con el resultado: Lo que yo le reprocharía es la manera bárbara con la que la autoridad manda cortar y podar hasta lo más vivo sus vigorosos plátanos. En vez de parecerse con sus cabezas rechonchas, bajas y achatadas, a la más vulgar de las hortalizas, podrían tener esas formas magníficas que pueden vérseles en Inglaterra. Pero la voluntad del señor Alcalde es despótica y, dos veces al año, todos los árboles pertenecientes a la comuna son amputados sin piedad.

Al caminar entre los árboles recién plantados del Parc Central y levantar la mirada para admirarlos no se puede contemplar el organizado, armónico y bien desarrollado armazón de ramas que singulariza a cada especie, sobre el que se levantará en el futuro una copa imponente. En efecto, carecen de ramas y tal vez por ello algunos de los primeros visitantes del Parc Central llaman «postes gordos» a los plátanos de sombra que nos recuerdan a los de Stendhal.

Los «postes gordos»

Cada árbol, cada especie, sigue un patrón o modelo arquitectónico de crecimiento y un desarrollo secuencial que está determinado genéticamente. Cuanto menos se altera esta forma natural más resistente, sana y sólida es la estructura final. Un árbol es un organismo vivo, es decir un sistema complejo y bien organizado en el que las alteraciones sufridas en la fase inicial de su vida pueden acarrear a largo plazo una secuencia de acontecimientos de gran magnitud y gravedad ¿recuerdan el efecto Mariposa y la teoría del Caos? Me viene a la mente el centenario plátano de sombra que preside el Jardín Botánico de València con su grandioso porte natural, gracias a que no fue alterado ni en su juventud ni a lo largo de su vida.

Desafortunadamente, tampoco presentan mejor aspecto las acacias de Constantinopla, las jacarandas, las mimosas, los árboles de las pagodas, los cinamomos, los árboles de la lana, los árboles de Judas€ plagados de muñones y apenas vestidos por unas escuálidas ramillas, que si nos fijamos atentamente veremos que nacen todas desde un mismo punto del tronco. Este tipo de estructura de la copa se la conoce técnicamente como «formación en vaso» y resulta apropiada para la producción de fruta - al facilitar las labores de cultivo y recolección - en naranjos, melocotoneros, ciruelos, kakis, manzanos o perales, es decir en árboles pequeños. Pero resulta mucho menos recomendable para árboles de grandes dimensiones y larga esperanza de vida, al incorporar debilidades y alteraciones irreversibles en el ámbito fisiológico, morfológico, biomecánico y patológico, como se puede observar en los dos únicos plátanos de sombra adultos situados junto a la «plaza de les Arts» que han sobrevivido a las obras del Parc Central. Las cada vez más frecuentes y peligrosas caídas de ramas y las roturas de árboles en las ciudades son una de sus manifestaciones.

Al bajar la vista, encontramos que los alcorques destinados a acoger la base del tronco y las raíces son de dimensiones reducidas, por lo que en poco tiempo levantarán los «mimados» (una vez corregido el indeseado efecto visual «arlequinado» del pavimento, que hizo retrasar la apertura del Parc Central casi un año) bloques de granito negro, la caliza de Calatorao y los aros metálicos rellenos de piedrecitas de mármol blanco en aceras, caminos, láminas de agua y estanques. El ingeniero de caminos George Lefebvre - jefe de los servicios técnicos municipales de la Ville de Paris - señalaba a principios del año 1.900 que «con vistas a la duración de los árboles, sobre todo los de gran desarrollo previsible» el alcorque debía tener «2 metros a cada lado del tallo del futuro árbol». Un siglo más tarde, las aceras y pavimentos levantados en las calles de las ciudades le avalan.

La selección de especies, el pliego de condiciones técnicas para el suministro de las plantas, las especificaciones contractuales del diseño, la distancia de plantación entre ejemplares, la producción de los árboles, la plantación propiamente dicha, la calidad del suelo, el espacio aéreo y subterráneo disponible, las condiciones y coste del mantenimiento y la gestión, son aspectos trascendentales para garantizar la calidad y perennidad de los espacios. Pero quedan fuera del objeto de este artículo. El futuro de los elementos vegetales, de los árboles, depende de un sano respeto a su biología.

El argumento «verde»

Si se obvian estas circunstancias, los árboles ven reducida de forma considerable su esperanza de vida; se vuelven peligrosos y las intervenciones de poda, más frecuentes, severas y costosas; se hipoteca el espacio y se condiciona el presupuesto de mantenimiento del arbolado en el futuro; se desprecia su aportación a la calidad de vida en las ciudades, y desde luego, se pierde la belleza y armonía natural de los árboles y de los jardines. ¿No sería mejor, y más barato, ayudar a los árboles a cumplir dignamente su misión?

Vivimos tiempos de usar y tirar, tiempos en que lo inmediato está de moda. Una moda que ya aplican algunos arquitectos, urbanistas y políticos a los árboles. Hacer que las cosas duren menos tiempo, se deterioren anticipadamente o se vuelvan inútiles deliberadamente va contra la sostenibilidad, y la ética. Se le conoce con el nombre de obsolescencia programada u obsolescencia planificada. Pero también existen otras obsolencias como la psicológica, la estética o la ecológica, siendo estas últimas las preferidas para el lavado de cara «verde». El objetivo de cualquier obsolescencia no es crear productos de calidad ni beneficios ambientales. Todos lo sabemos, no es lo mismo que algo sea antiguo a que sea obsoleto. Y para el caso de los parques, los jardines y los árboles el que sean añosos les otorga un valor añadido y supone un ahorro, no solo económico, sino también de preocupaciones.

Conservemos la esperanza y confiemos en la paisajista Kathryn Gustafson, diseñadora del Parc Central - formada en la Escuela Nacional Superior del Paisaje de Versalles - para enmendarlo y conseguirlo. Aún falta por ejecutarse el 60 % del proyecto del gran parque central de València. Una ciudad bendecida climática, ambiental y botánicamente en la que resulta muy difícil sufrir el síndrome de Stendhal visitando árboles, parques y jardines. El estallido primaveral se acerca, pero no nos dejemos engañar, la desnudez invernal volverá. Continuará.

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