El Domingo de Ramos no termina a mediodía, aunque a ojos del profano pueda parecer que los pintureros desfiles matinales, en el que las palmas amarillas y las ramas de olivo, combinadas con los trajes y las multitudes (las que acuden a verlo y las que se lo encuentran), y tantas veces con el calor, propician unas matinales espectaculares. En este caso, tanto en los Poblats Marítims como en cualquier parroquia. Un domingo en el que el centro de la ciudad, concurrido de oficio, te brinda en casos como el de ayer la posibilidad de encontrar procesiones en prácticamente cualquier recoveco. Y así sucedió tanto junto al mar como en el interior de la ciudad. En este caso con, nuevamente, el plus que suponía encontrarse con numerosas falleras que acudieron durante toda la jornada al Besamanos. También hubo procesiones especiales, como la de Beniferri, en la que un Jesús sin caracterización y flanqueado por doce apóstoles va a lomos de un borriquillo (que acaba siendo la estrella del cortejo) con el poderoso contraste de salir desde las casas rurales del antiguo Beniferri para acabar, en poco tiempo, en las sofisticadas fincas del Nou Campanar. De la vieja parroquia a la moderna construcción dedicada a San Josemaría Escrivá.

Pero no: el Domingo de Ramos tiene un segundo acto vespertino en el que las calles de los Poblats vuelven a llenarse de público. Es el momento de empezar el segundo gran ritual de la fiesta y uno de los más interesantes: el traslado de las imágenes a aquellos lugares en que quedarán exhibidos (tallas originales o facsímiles). A partir de ahora, plano en mano, las calles de Cabanyal, Canyamelar y Grao se convierten en espacio ideal para callejear y contemplar cómo un garaje, un recibidor o una sede social, más o menos destartalada, se convierte en una demostración de barroquismo y delicadeza. Cuatro días hay por delante para, séase creyente o no, contemplar el particular movimiento humano de la Pasión.