La escuraeta abraza, desde ayer, la plaza de la Reina hasta el próximo 23 de junio, época de Corpus. En los pies de la Catedral se han colocado más de quince puestos que desempolvan los menajes de la cocina tradicional y la esencia de la cerámica en la Comunitat Valenciana.

Un río de gente local se agolpaba en la calle ayer a mediodía para cumplir con el hábito de comprar campanas para los nietos y cacerolas, botijos, ollas y morteros para que sus familiares renovaran su vajilla. El vuelo de las tres campanas menores del Micalet (Úrsula, Violant y María) sonaban como una melodía exacta que acentuaba la admiración de los turistas por la alfarería de Manises.

Ignacio, vecino de València, llevaba de la mano a sus dos hijos por la calle de los Bordadores para que conocieran las tradiciones de su ciudad: «Quiero que vean esas pequeñas representaciones de los utensilios de cocina con los que jugaban mis abuelos y los aperos típicos de las casas que dan nombre a este mercado aunque creo que la escuraeta es, cada vez, más moderna porque se han introducido los suvenirs de cerámica».

Miguel, vecino de Burjassot y expositor de este mercado desde hace 50 años gracias a su mujer Carmen y ésta, a su vez, influenciada por su abuela, aseguraba que no pueden faltar a la tradición, a pesar de sus 75 años, porque las piezas que venden se perderían: «En Manises ya no hay casi fabricantes de campanas de cerámica y, entonces, decidí comprarme un horno y hacerlas yo mismo en casa. Ahora han salido nuevos materiales como el plástico que acabarán sustituyendo a la cerámica porque la gente busca avíos que no se rompan». Desde 2018, las casetas metálicas reemplazaron a los puestos tradicionales, pero este año «se han ampliado su espacio y el Ayuntamientonos las ha subvencionado».

El hijo de Miguel, que ha heredado el nombre y la afición por la escuraeta en la caseta de la familia Martí, se coge vacaciones en su trabajo para cumplir con el deseo de su legado: «Venir aquí supone un desgaste y mucho cansancio porque no se duerme apenas pero vale la pena. Me llena mucho porque es una feria donde hay sentimiento y arraigo por la tierra».

Los abuelos de Juan José, natural de València, empezaron a vender su alfarería en la explanada de la plaza de la Virgen en 1923: «Fueron unos pioneros y puedo decir con orgullo que soy la tercera generación que ha continuado su tradición pero, ahora, les he dicho a mis hijos que no sigan con ella porque la vida de feriante es muy dura. Me ha costado convencerles porque lo llevan en la sangre». El peso de la historia hace que Juan José y Carmen pasen 12 horas diarias en el mes y medio que dura este mercado tradicional. De hecho, Carmen argumentó que ahora les han obligado a estar en esta especie de barracones de metal y «la escuraeta ha perdido su encanto porque, antes, las parada eran de madera». El sentimiento, según la feriante valenciana, es una parte fundamental para estar en el mercado: «Venir a la escuraeta es homenajear a la Virgen y cuando la veo, estoy llena para todo el año. Cuando sabemos que se aproxima la fecha de montar, me pongo nerviosa y siento nostalgia por nuestros antepasado».

Mila, vecina de València, ha pasado a un lateral de la plaza su parada de cazuelas porque la comisión de Patrimonio quiere despejar la pared de la Catedral: «No hemos notado el cambio de zona. De hecho, la venta va bien porque, además de vender productos tradicionales, importamos tazas cerámicas más modernas de China para ser más comerciales». En ese sentido, los que más han notado el cambio de paradas han sido los tres bares que se han visto en la situación de no poder montar sus terrazas. La mitad de mesas estaban recogidas en la puerta con las sillas encima, un hecho que ha calentado a los hosteleros.

La escuraeta es un grito de historia en plena metrópolis que ofrece piezas de museo cada mes de mayo con motivo de la Virgen.