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Tradiciones

Las Rocas del Corpus salen a la calle

Antes de ser llevadas a la Plaza de la Virgen fueron expuestas en Blanqueries, donde despertaron la curiosidad de los turistas

Los turistas se interesan por las Rocas expuestas en la calle Blanqueries. Germán caballero

Es el Corpus de València una fiesta compleja por su enorme variedad de elementos. Al final, se trata de una exaltación del sacramento de la Eucaristía, pero sus singularidades dejan muchas dudas de qué es lo que se está viendo. Quizá por ello, tanto el ayuntamiento como Amics del Corpus insisten en la pedagogía.

El primero incorporó el pasado año una explicación museística a los elementos que, desde ayer, están en la Plaza de la Virgen. Para tratar de explicar qué hacen allí tanto unos carros sin caballos como una tortuga, un dragón, unas águilas o un santo de grandes dimensiones. A su vez, Amics del Corpus se dedica a explicar este particular galimatías «in voce» a través de monitores.

No obstante, horas antes, las Rocas (llamadas algunas veces «carrozas» por quien desconoce), esperaban su momento de entrar a la Plaza de la Virgen en la calle Blanqueries tras ser retiradas del Museo de las Rocas. La suerte quiso que este fuese el emplazamiento donde más hordas de turistas desembarcan cada pocos minutos.

Autobuses repletos de holandeses, franceses o italianos aparcaban a pocos metros de las Torres de Serrano y era inevitable que las Rocas llamasen la atención de quien acude a la capital del Túria esperando encontrar el arte escultórico de la plástica fallera. Los guías turísticos no tuvieron más remedio que acercarse y explicar, como podían, qué eran esas imágenes. Algunos creían incluso que se trataba de algún monumento fallero. Pero ¿cómo podría quemarse algo que data de hasta siete siglos atrás? Como la Roca del Paraíso Terrenal, construida en 1542 y renovada en 1702 «dedicándose a la fe». O la del Juicio Final construida en 1528, donde «El Dragón Infernal, rebelde monstruo, forajido, infiel en este carro triunfal a las invictas plantas de San Miguel que, a pesar de su anhelo, rinde adoración al pan del cielo». Esta última, como tantas otras, tuvo que ser restaurada en 1959 tras la riada de 1957.

Con poco que uno se acercase a las Rocas se podía percibir el olor a madera vieja, a «antigüedad», a «tradición», a «historia». Bien lo explicó ayer Judith Martínez, empleada en Cultura Festiva que visitó las Rocas junto a su tía para explicarle la historia que llevan detrás. «Que hayan puesto las Rocas en esta calle es un elemento clave para que los turistas creen más interés por la 'festa grossa' de València y acudan a la procesión del domingo», reconoció.

Una procesión en la que, sin embargo, la riqueza de matices no puede quedarse en el «ball de la Moma» (un personaje con quien todos quieren hacerse una foto al acabar la Cabalgata del Convite del domingo por la mañana) o con la gamberrada del baño a los protagonistas de la «Degolla», esos teóricos soldados de Herodes que no pasan de ser protagonistas de las fiestas de la ciudad, casi todos ellos falleros selectos, que acaban rociados de agua en las calles Cabillers y Avellanas. También es el escenario del único momento del año en que las campanas del Micalet suenan a la vez mañana a mediodía. Ahora ya no se puede presenciar en el interior del campanario por una cuestión de seguridad. Pero los curiosos que lo desean pueden quedarse justo en la puerta y las sensaciones sonoras son igual de incomparables.

Y hablando de tradiciones, hoy será el último momento para adquirir productos en el «mercat de l'Escuraeta», que cierra sus puertas tras un mes y doce días.

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