Con los ventiladores a todo trapo para poder soportar el calor, el bombo empezaba a girar.«Ave María Purísima, Cap enterra del Pujol número 1», decía Enrique Esteve, socio de la Comunidad de Pescadores de El Palmar. Como cada segundo domingo de julio desde la época feudal, ayer se celebraba el sorteo de «redolins». Aquí es la suerte la que juega un papel fundamental si lo que se quiere es encontrar un lugar idóneo para la pesca. Una tradición medieval que sigue practicándose en pleno siglo XXI a pocos metros de l'Albufera, en la Casa de la Comunitat de Pescadors, y que el escritor valenciano Blasco Ibáñez hizo famosa en su obra «Cañas y Barro» al reflejar el interés de pescadores por hacer suya aquella zona que pueda permitirles pescar durante el mayor tiempo posible en el transcurso del año.

?Ahora esa necesidad no es tal. El sector de la pesca ha dejado de ser una fuente de ingresos para los que tradicionalmente llevaban el pan a casa con la venta de unas cuantas anguilas. Fue esta una de las principales reivindicaciones en el discurso de inauguración del sorteo: la preservación de la pesca tradicional como herramienta para la sostenibilidad de la biodiversidad, en especial de la Albufera, donde el índice de salinidad no deja de crecer. También para recuperar la vida y la historia de la Albufera en detrimento de «conflictos e intereses» que llevaron al sector al más duro empobrecimiento, los pescadores exigieron ayer una cobertura laboral digna con su inclusión en la Seguridad Social para paliar la pérdida intergeneracional del sector.

?No obstante, aunque menos (el bombo de «redolins» llegó a guardar más de un centenar de nombres en épocas anteriores), los pescadores siguen agolpándose en la minúscula sala de la Casa de Pescadors por disputarse uno de los 55 sitio del lago (cinco más que el año pasado) o, por el contrario, hacerlo en la acequia, donde el tiempo empleado en la recogida de anguilas es menos: una vez a la semana como poco. El lago exige más dedicación, pero, claro está, también aporta mayor profundidad para introducir las redes. Y, a más profundidad, más capacidad de pesca, por lo que quien elija uno de los 17 «redolins» del «grupo A» no tendrá otra que, al menos, acudir a recoger las redes dos o tres veces por semana.

Lo más importante: coger boli o lápiz para ir tachando los «redolins» que vayan eligiendo los que hayan sido nombrados por delante. De lo contrario, algún que otro puede llegar a enfrentarse a los abucheos (en tono jocoso, entendámonos) del resto de pescadores por haber elegido una opción ya descartada antes de que el bombo dejase caer su nombre.