La ciudad es capaz, a pesar de su impersonalidad, de proporcionar instantes sencillamente asombrosos, sorprendentes. Con embrujo. En mitad del verano, en una ciudad donde pululan los turistas, con terrazas y grafitis, de repente aparece una comitiva secundando a un pequeño niño Jesús y a una Virgen. Y tras recorrer calles y vericuetos, regresan a la plaza de la que han salido para, en medio de un silencio respetuoso, escuchan una mezcla de música coro y voz blanca, la de un niño subido a un extraño colgante en forma de palmera. Así se resume la procesión de la Virgen del Carmen y el Jesuset por las calles del barrio del mismo nombre y que, en esta ocasión, fue respetada por la ola de calor. Es el colofón al día de la patrona uno de los espacios emblemáticos de la ciudad y que, gracias a su cofradía y al tejido asociativo del barrio -o sea, las fallas-, junto con las dos de València y sus cortes y los grupos de baile brindan, de repente, un cortejo que retrocede en la imaginación en un barrio que se debate entre su pasado y su modernidad. Al final, el «Cant de la Carxofa», interpretada por un niño de la escolanía, rompió ese silencio tan íntimo para finalizar la última de las fiestas de barrio de la ciudad, que ahora trasladan su calendario a las pedanías.

Y en el mar por la mañana

Pero el Carmen es, por definición, virgen marinera y por eso, sus festejos también se trasladaron al puerto durante la jornada matinal. Allí fue una misa de campaña en las Atarazanas y su traslado por marineros de la Armada hasta una barca y una vez en el agua se celebró una procesión marinera, se ha realizado una oración y ofrenda a los caídos en el mar y tras ella la imagen fue llevada a su parroquia.