La «punxà de la flor» es el acto que sirve a la Ciudad del Artista Fallero para reencontrarse con su público objetivo. Aunque, a la hora de la verdad, muchos de los miles de asistentes pasaban de puntillas por las naves a las que, en todo caso, es lanzaban alguna mirada furtiva. Unos talleres que, a su vez, también tienen su propia fiesta montada. Pero la bonanza de la meteorología sirve para demostrar que, como espacio de reunión entre los autores de las fallas y sus compradores, los falleros, hay posibilidades de convivencia y de acercamiento. Calles anchas, fáciles de cerrar al tráfico, que se transformaron en un inmenso comedor y pista de baile. Un remedo de ese «parque temático de la fiesta» que los más optimistas sueñan que, algún día, en alguna ocasión, pueda llevarse a cabo. Allí se dieron cita miembros de toda la sociedad fallera, incluyendo ese grueso que son las candidatas a fallera mayor, que por sí solas suman 146, más sus acompañantes paternos. Pero también mucho público en general que encuentra en esta noche una excusa perfecta para pasar la noche. Las naves, las que permanecen abiertas, dejaron entrever su trabajo, dedicado actualmente a la producción de carrozas. Los que hacen fallas estaban cerradas y algunos de sus titulares echaban manos a los carroceros. Otros, como Manolo García, están de «plantà» del escenario del festival Medusa. Pero por una vez, la abandonada ciudad artesana pareció cobrar vida como preludio del espectáculo de esta tarde en la Alameda.