Con resignación, malestar y crispación. Es la forma en la que conviven los últimos meses los vecinos y vecinas del barrio de la Malva-rosa. Las últimas actuaciones de vigilancia y rehabilitación del Cabanyal derivó, indican los propios vecinos del barrio, en el repunte de la venta y el consumo de droga en las calles de la Malva-rosa. «Se han trasladado de un barrio a otro», indica Vicente Lluch, miembro de la asociación vecinal. Lluch, junto a Amalia Sánchez, Manuela Pascual, Raúl Pavón y Salva Coll, de la Asociación de Vecinos Amics de la Malva, se reunieron ayer con el alcalde de València Joan Ribó para exigir una mayor coordinación entre las distintas áreas del Ayuntamiento de València para la regulación de la actividad, si bien reconocen que este es un problema que excede de las competencias de la administración local.

Aseguran que durante la reunión vieron a Ribó con predisposición a atender las demandas, aunque bajo los mínimos de personal que deja el verano al ayuntamiento, el alcalde prefirió retomar las conversaciones en septiembre, según señalan desde la asociación. En esta reunión, no obstante, acudieron también dos agentes de la Policía Local que patrullan diariamente por el barrio, quienes aseguraron a la entidad que doblarían las patrullas en la Malva-rosa. Una solución temporal que aplaudieron desde la entidad. No obstante, el sentimiento de frustración crece entre un vecindario que no puede dormir hasta bien entrada la madrugada debido al intercambio de sustancias que se dan a la puerta de su casa, «porque llamas a la policía y no vienen, o tardan demasiado en llegar», insiste Lluch, quien reconoce que en ningún momento buscan la represión del consumidor de droga, dado que es «una víctima más», sino que este consumo deje de darse en la vía pública «y no podemos esperar hasta septiembre».

Es por ello que solicitaron a Ribó que se reuna con Delegación de Gobierno lo antes posible para dar respuestas sociosanitarias a quien encuentra en las inmediaciones de las Casitas Rosas, la plaza Hugo Zarate, Simón Bolívar o la calle Pisuerga una zona segura para el consumo y la distribución de sustancias tóxicas.

Así, dejan claro que su reclamación no debe quedarse en un simple refuerzo policial al uso (en verano hay dos policias patrullando, el resto del año son cuatro), o una campaña antidroga, sino en una estrategia integral para ajardinar los descampados «insalubres» que dan una imagen «pésima del barrio». Esto, sumado a unos servicios educativos y sanitarios dignos, compensaría el sentimiento de abandono en barrios de clase obrera como lo es la Malva-rosa.