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Los 'invisibles' de la Garrofera

La Ley de Extranjería aboca a los migrantes sin papeles a vivir en la marginalidad

A las afueras de la ciudad que acogió el Aquarius hace 14 meses se sitúa una antigua fábrica de leche. Un lugar en ruinas, abandonado durante más de 20 años y en unas condiciones intolerables para que cualquier persona pueda vivir allí. Alrededor del edificio crecen todo tipo de árboles y plantas y se ha instalado una colonia de gatos, que han escogido este lugar para dormir. Pero no son sus únicos inquilinos. A pesar de las condiciones insalubres y la falta de servicios básicos, como la luz y el agua, una comunidad de alrededor de 20 personas lleva viviendo allí durante aproximadamente 4 años.

Posiblemente los conozcan, ellos son el gorrilla que aparca coches cada mañana, el temporero del campo explotado y sin papeles, los que van en bicicleta por la ciudad en busca de chatarra o los manteros del Mercado Central que huyen a la carrera de la policía. Todos tienen algo en común, son víctimas de una Ley de Extranjería que les atraviesa y les obliga a ser invisibles, a esconderse y a vivir con lo puesto. Muchos migrantes llegaron allí al no encontrar nada mejor salvo quedarse en la calle, ante el desamparo de las autoridades.

Las vecinas de la plataforma Cuidem Benimaclet fueron las primeras en advertir de esta situación. Su portavoz, Mireia Biosca, denuncia que se ha advertido a Servicios Sociales en varias ocasiones pero estas personas no han recibido ningún tipo de cuidado o seguimiento. La respuesta de la Administración fue que sin la documentación en regla no podían acceder a ningún tipo de ayuda.

Ousman (nombre ficticio), se instaló en este espacio hace unos días. Dos semanas antes estaba durmiendo en el cauce del Turia, pero un amigo le recomendó esté lugar y decidió venir. Gana algo de dinero aparcando coches para comprar comida y llegó hace un año a bordo de una patera. «En África no hay esperanzas para mi futuro» denuncia. Su última estancia bajo techo fue en el Centro de Apoyo a la Inmigración (CAI) de València, donde estuvo siete meses y tras varios problemas con su pasaporte se vio en la calle sin papeles y desamparado por las autoridades. Denuncia que hay personas que llevan viviendo en la Garrofera más de un año.

Mor Diagne, portavoz del sindicato de manteros de València, denuncia que esta situación es bastante común entre los migrantes que llegan a la ciudad, pero también a cualquier parte de España. «La Ley de Extranjería es una tortura. Si tú le dices a una persona que no puede tener permiso de trabajo y que se va a tener que pasar tres, cuatro o diez años viviendo en la marginalidad hasta conseguirlo lo estás martirizando. No estamos hablando de que no hay trabajo, estamos hablando de que no tienes permiso para trabajar» denuncia. Como Ousman, que era electricista en su país, el resto de personas que habitan este espacio sufren de una situación de vulnerabilidad y pobreza severa que les impide desarrollarse como personas. Según Diagne «no puede ser que a València lleguen 300 personas y que, por imposibilidad de deportarlos o problemas con el asilo, los suelten sin tener papeles ni documentación para arrendar un piso, emplearse, o hasta para poder sacarse un bonobús».

Desde Cruz Roja València, Sandra Gabaldón indica que el perfil de estas personas normalmente es el de hombres solos y con gran falta de información, lo que dificulta hacer un seguimiento de su situación. «Nos centramos en aconsejar a estas personas en términos de higiene, alimentación y conocimiento de sus derechos, pero es muy complicado hacerles un seguimiento porque no suelen estar varios días en el mismo sitio, por lo que les perdemos la pista», apunta. Como experta, también señala que el aspecto psicológico del «duelo migratorio» es un herida grave en muchos de los casos que atienden.

No es posible saber con seguridad la cantidad de personas en esta situación en la ciudad de València, aunque por el CAI han pasado 838 personas (no todas sin papeles) desde comienzos de año.

Por su parte, Mor Diagne, que habla desde la óptica de quien ha vivido esa experiencia, afirma que es muy común encontrarse con este tipo de personas, aunque también reflexiona sobre la vulnerabilidad que arrastran desde su país de origen. «Nos vemos obligados a venir aquí porque en nuestro país no podemos trabajar. Yo era pescador en Senegal y tuve que venir aquí porque los barcos europeos nos han quitado el mar para trabajar. En los países de África tienen el pescado, el pulpo y el mero que venden a precio de oro en el mercado central de València», sentencia.

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