«Hoy es un día sin fronteras y sin miedos. Hoy hay fiesta, posicionamiento, creatividad, respeto, convivencia... es el gran día de la tolerancia. Es el día de la interpretación». El secretario autonómico Francesc Colomer ponía la tirita por si alguien se sentía herido. Porque el World Paella Day es un día para cumplir un objetivo: que la palabra «paella» se extendiera por todo el mundo sin importar los ingredientes («interpretación») utilizados. Que la ciber-tecnología permitiera ver lo que, efectivamente, pudo verse: paellas en México, Alemania o Francia. Mensajes en holandés, inglés o ruso. Paellas en Oregón, en la Casa Rural La Parra o en el Bunker Kitchen Club (más una tartaleta que una paella). La edil Sandra Gómez lo dejaba también claro: «perdonemos hoy el arroz con cosas. Lo importante es extender nuestra seña de identidad». Y Colomer apelaba a que «es el día de la paella, del círculo, que es como el mundo, en el que cabemos todos y donde caben todas las formas de entenderla».

En la Plaza del Ayuntamiento, reputados cocineros hicieron una demostración de esa misma libertad. Porque, al fin y al cabo, si nos ponemos exquisitos, el denostado chorizo no está muy lejos de la heterodoxia que pueda tener el hígado de ternera (la «paella de fetge de bou» es un manjar infinito), la calabaza, el bacalao o el pulpo. O pintar un retrato de Sorolla sobre una base de arroz. Como suena.

Y no hay que engañarse: la «paella valenciana» es complicada para media humanidad, incapaz de entender que el conejo sea comestible. Siempre quedará el atenuante de que los mismos que reclaman ortodoxia ante engendros culinarios no tienen problema en asumir con fruición esa pizza hawaiana por la que aún no se ha pedido perdón el pueblo italiano. La demostración en la plaza del ayuntamiento era pequeña, pero suficiente, en día laborable no había en la plaza el llenazo de, por ejemplo, un Tastarrós. Mejor así, porque platos de calidad pagando sólo la voluntad para Casa Caridad podría haber, literalmente, colapsado la plaza. Pero las creaciones, antes de ser degustadas, eran fotografiadas como obras de arte. El trabajo importante no era en València, sino en el mundo. Hubo demostraciones, «showcookings», organizados ex profeso en ciudades de todo el mundo. Y el contador del hastag trabajó a conciencia en todo el mundo, aunque fue tuvo la competencia del hecho mundial del día: la ocupación del Area 51.