Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Una última morada muy desigual

La última morada del sr. alcalde

Los sepulcros de los alcaldes de València alternan grandes mausoleos con nichos abandonados

La última morada del sr. alcalde

La tumba 1.400 de uno de los sectores más antiguos del Cementerio General está tomada por polvo de muchos años. La hornacina está abierta, pero parece que las bisagras vayan a caerse en cualquier momento. Con mucho cuidado la abrimos. En su interior, la lápida nos anuncia que hay cuatro enterramientos. De uno de ellos se lee «El Exmo. e Ilmo. Sr. D. José Sanchis Pertegas Baldó Teruel. Ex alcalde y ex Pte de la Diputación». Además de otras distinciones. Cuentan las crónicas que fue médico y un destacado político conservador durante el periodo de la restauración borbónica, en el último tramo del siglo XIX. Pero los honores se extinguieron hace tiempo y su vida, hace 104 años. Tanto, que ahora permanece en el olvido a pesar de que, durante un tiempo (1890), ejerció la responsabilidad de regir los destinos de la ciudad.

Si fuera el único... pero no. El Cementerio General de València es mudo testigo de cómo la vida y la posteridad han dado muy diferente trato a los alcaldes de la ciudad. Muchos de ellos reposan allí, pero en condiciones muy diferentes. Desde mausoleos espectaculares a nichos abandonados.

Y no es el peor de los casos. Francisco Brotons Vives fue diputado y presidió el ayuntamiento tres años y medio (1861-1864). Su tumba produce una depresión absoluta. La lápida está rota, apenas sustentada por un poco de cemento. Una taladradora hizo, en su momento, un agujerito, aunque no puede verse el interior. Y los estragos han acabado por borrar totalmente las inscripciones.

No lejos de allí, el mausoleo de Carlos Sousa Álvarez de Toledo impresiona, con su estatua de piedra y una lápida en la que se lee «Alcalde de Valencia». Es el único de los de su género que dispone, además, de uno de los atriles de tumba destacada que puso en su día el ayuntamiento: «Fue nombrado alcalde de 1927 a 1930. Durante su mandato se llevaron a cabo diversas obras en la ciudad». Y le pusieron una calle: Marqués de Sotelo. Verdadero «amo del cortijo» fue en vida y en muerte José Campo, que tiene un panteón junto a la puerta principal de la iglesia.

Es enorme la desigualdad y es absoluto el olvido de una parte de ellos. Y curiosamente, en muy pocos casos sus familias hicieron constar la condición de alcalde.

39

Sepulcros de los alcaldes de València en el Cementerio General

Manos anónimas han pasado por el cristal de otro alcalde que ha caído en el olvido: Ramón Mata (1889). Liberal, diputado y alcalde en los últimos años de su vida. Con dificultad se puede leer que en su lápida consta como «abogado y del comercio».

No anda mucho mejor el Marqués de Caro, Nicolás García Caro (1874), en un nicho antiguo y deteriorado, donde tan sólo se hace constar que es «El M. I. Sr.» (El Muy Ilustre Señor). Hay que tener en cuenta que en los nichos decimonónicos de la parte más antigua del Cementerio General no está enterrado cualquiera. El pueblo iba a parar a tumbas parroquiales u osarios. Una sepultura de obra estaba al alcance de pocos. Por eso, estas lápidas, a pesar de los estragos del tiempo, son verdaderas biografías, llenas de méritos académicos y militares.

Honores con «Etc, etc»

Eso ocurre con la del liberal Pedro Aliaga (1910): «Catedrático de Matemáticas del Instituto General y Técnico de Valencia. Ex alcalde presidente de este Exmo Ayuntamiento. Doctor en Medicina y Cirugía. Etc, Etc». Que el etcétera no lo decimos nosotros: es un recurso cuando al tallador ya no le quedaba sitio en el mármol para otros méritos. A pesar de los cuales también es una sepultura deteriorada.

Son nichos que, sin duda, merecen atención. Pero que no dejan de ser elementos privados. Aunque da la sensación de que los descendientes ni están ni se les espera.

El primer alcalde, deteriorado

La lista histórica de alcaldes la inicia Domingo Mascarós Vicente (1840-1843) (Domingo Mascarós de Vicente Yañes Segarra Guzmán). Es otro «excelentísimo», del que se lee que es «Caballero, Gran Cruz de Isabel la Católica, exsenador del Reyno, ex gobernador civil, exdiputado a Cortes, etc, etc». Otro doble etcétera, que quiere decir «y era muchas otras cosas más». Pero las tejas del arco se han caído. Hace muchos años que ninguna mano ha pasado por ahí. De Ernesto Ibáñez (1910-1911) sabemos que está por el registro del cementerio. Porque las placas de su nicho han desaparecido. O Vicente Pueyo (1879-1880), cuyo lugar según los archivos está ocupado por dos enterramientos de 2005.

Panteones y mausoleos

Los hay que están escondidos en el anonimato de los mausoleos, propios de familias pudientes. Así están Agustín Trigo (1931), Fernando Ibáñez (1912-1913), José María Sales (1881-1883), Luis Oliag (1924-1927). Al Barón de Cárcer, Joaquín Manglano (1939-1943), se le sitúa en el mausoleo de Llaurí y lo mismo ocurre con Juan Antonio Gómez-Trenor (1943-1947).

Panteón a su nombre es el del Marqués del Turia, Tomás Trénor (1955-1958), dedicado por «su esposa e hijos». Si se siguen las instrucciones del buscador, José Montesinos (1900, 1902, 1903) está enterrado justo al lado, en otro mausoleo que no tiene ninguna inscripción.

En algunos de ellos sí que se lee el nombre del político, aunque sin hacer constar la condición de alcalde. Así, José Martínez Aloy (1907) que es el tercero que nos encontramos nada más entrar por la puerta principal, a la izquierda. O Francisco de Paula Gras (1872-1873) (tallado en la base posterior de una columna quebrada), José Maestre Laborde (tres mandatos a primeros del siglo XX), el Conde de Salvatierra. En obras está el del Marqués del Tremolar, José de Navarrete (1878).

Una contundente cruz preside los panteones de Vicente Noguera Aquiavera Sotolongo y Arahuete (1895), que comparte con varios familiares más. Dícese de él en el bajorrelive que fue «Grande de España» y Marqués de Cáceres. Similar al de Joaquín Reig Bigne (1894-1895), el «Alcalde Reig», que comparte inscripción con un hijo, guardiamarina fallecido en travesía en el buque escuela Nautilus en 1900, o Francisco Martínez Bertomeu (1897).

En el panteón de concejales

El doctor Sanchis Bergón (1906-1907) y Salas Quiroga (1890) reposan, junto con varias docenas de concejales, en el panteón municipal, un espacio en la trasera de la capilla central, en el que, durante décadas, se enterró a los ediles que lo desearon. Hace casi 50 años que ningún concejal ha solicitado ser enterrado en el particular osario.

Muchos alcaldes del siglo XX son ahora unos ciudadanos más del cementerio. Aparecen con su nombre y apellido. Así encontramos a Juan Artal (1923), cuya lápida se adorna con una Virgen de los Desamparados, Juan Bort (1919-1920) (acaban de ponerle flores artificiales), Juan Busutil (1891) (que comparte con su esposa y su hija) o Miguel Polo Gil.

Izquierdo y Polo, las únicas fotos

Tampoco hay referencia en el nicho de Miguel Polo (1904-1905) ni en el de Vicente Lambies Grancha (1932-1934), presidido por una mujer clásica acurrucada llorando (30 años antes fue enterrada su esposa). «Excelentísimo Señor» es lo único que se lee en la lápida de Baltasar Rull (1951-1955). A cuyo lado está Miguel Ramón Izquierdo (1973-1976) y que es uno de los dos únicos que incluye una fotografía, con su esposa. El otro es José Olmos (1936), a quien el ayuntamiento concedió el nicho a perpetuidad a su viuda. Otro reciente, Vicente López Rosat (1969-1973), reposa con su madre, enterrada medio siglo antes. «Siempre estaréis con nosotros» es el epitafio.

Alcaldes decimonónicos que mantienen dignidad en su enterramiento son los de Elías Martínez (1876-1877), sin alusiones a su condición de presidente del ayuntamiento y con el marco de la hornacina un poco quebrada como principal desperfecto. Manuel Gisbert (1934-1936) forma parte de un nicho-panteón (Familia Gisbert-Calabuig), sin ninguna reseña adicional. José María Albors Brocal (1922-1923) aparece con su nombre más el lema «y familia». Y una cruz. Es otro nicho-panteón.

El mármol negro de Rita

En el único enterramiento del Cementerio Civil, una corona de laurel ya seca, puesta por Esquerra Republicana del País Valencià, adorna la pomposa lápida de piedra de Vicente Marco Miranda (1931), el efímero primer alcalde de la II República, que vivió como «topo» hasta su fallecimiento en 1946. Flores recientes recuerdan a Rita Barberá. Su nicho sí que hace constar los años de su mandato como alcaldesa. Su lápida, de mármol negro, rompe para mal la estética de la sección, toda ella con enterramientos decimonónicos. Aunque no está en una zona de paso, se ha convertido en un lugar de visita habitual.

Compartir el artículo

stats