La Cabalgata de las Magas de Enero cumplió su quinto episodio y ya deja definidas sus señas de identidad. Por partes. Mensajes: los que se lanzan son incontestables en una sociedad del Siglo XXI. Hablan de libertades, tolerancia, feminismo, defensa de la huerta, de cogerse de la mano, de cuidar a los ancianos o alimentar los sueños.

Simbología: si alguien esperaba que el desfile fuera una apología de la república marxista-leninista, pinchó en hueso. Ni una sola bandera roja, amarilla y morada o cuatribarrada con asta. La señora de todos los años que la lleva como si fuera una capa, algunas como pegatinas en la pechera y en diademas. Una estelada en un pañuelo que desplegó la componente de una muixeranga en los últimos minutos del acto. Para compensar, banderas españolas en el poncho de un grupo folclórico boliviano. Ni una sola hoz, ni un sólo martillo.

Público: bastante bien. Era domingo, hacía buen tiempo y entre los seguidores y los curiosos, las calles del recorrido estaban llenas o muy llenas. Por supuesto, nada que ver con otros desfiles, pero no andan nada mal de convocatoria.

El espectáculo: muy, pero muy mejorable. Larga, sin línea temática. Un «totum revolutum» que duró tres horas, lo mismo que la de los Reyes Magos. A la hora de la verdad, la irrupción de participantes en la manifestación de Vox que cortaron el desfile en la calle San Vicente, en lugar de reventar el acto, le hicieron un favor, porque permitió el reagrupamiento general de las comparsas, o lo que fueran.

Las magas desfilaron esta vez en sidecar y una de las pocas cosas ingeniosas del desfile fue que, estando basado en la defensa de la huerta, sus varitas mágicas, una para cada color republicano, estaban rematadas con productos de la huerta. El tomate rojo, el pimiento amarillo y la remolacha morada. Con ellas se acercaban al público y los «bendecían» posando las horto-varitas sobre la cabeza. ¿Regalos? Pocos, pero alguno curioso. Caramelos, muy pocos -aún están sin a abrir los de la semana pasada de Melchor, Gaspar y Baltasar, esos que acabarán en la basura- una comparsa lanzaba confeti y algunos entregaban flores de papel y sobres con semillas.

Joan Ribó no estuvo a pie de cabalgata todo el desfile, como el 5 de enero. Dio señales de vida cuando llegaron las magas. Las saludó (el equipo de gobierno brilla por su ausencia), y las acompañó al balcón (tras unas «albaes» de defensa de la huerta, tan espectaculares en mensaje y técnica vocal como innecesariamente largas).

«Soñar con la paz»

Allí, Libertad habló de sí misma como «un tesoro que nos permite soñar con la paz, la felicidad de la familia y los amigos. La libertad es inventar juegos, disfrutar de los parques y pedir un espacio para los niños». Fraternidad recordó que, sin ella, «la gente no se abrazaría, no se cogería de la mano, no cuidaría a los abuelos y no resolvería los conflictos». E Igualdad, lo imaginable: «es el derecho a vivir en felicidad y en paz. Quien dice que somos diferentes, sea por el color, el género o las ideas se pierde lo más importante: tener un corazón que es rojo en todas las personas», rematando con una metáfora: «todas las luces son igual de necesarias para hacer el cielo».

El recorrido, interrupción al margen, transcurrió entre la curiosidad y el aplauso. Los que se paraban en las aceras vieron pasar el cortejo con una sonrisa. «Es una cabalgata de buen rollo» decía la ex edil y ex maga Pilar Soriano, pendiente de la organización del acto. Lo más aplaudidos, los cuatro grupos de muixeranga.

Gritos y tirones de pelo

Aparte de cortar San Vicente, los asistentes al acto político de Vox fueron siguiendo la cabalgata. El momento de mayor tensión, cuando taponaron el final de la misma. Hubo un tirón de pelo a una de las organizadoras y la Policía Nacional tuvo que llegar a toda prisa. Luego fueron al interior de la plaza para abuchear todo lo que pudieron.

La parte final del acto ya es para los incondicionales. Para entonces las punzadas del estómago habían disuelto a los curiosos y se quedaron los incondicionales. Y los némesis rojigualdos.