Justo enfrente del bar restaurante El Convento, a la altura del número 96 de Guillem de Castro, le han puesto su altarcito a Luisito. Modesto, entrañable y afable, como era este sintecho que hace un par de semanas se fue al cielo de los jodidos, de los rejodidos, como escribiría el poeta Eduardo Galeano. Tras cerca de dos décadas viviendo en la alamedita de las Torres de Quart, murió a la intemperie, libre y sin más atadura que su colchón y su perro Coco. En brazos de su amigo Richart, otro ninguno, otro ninguneado, otro hijo de nada, murió.

Vecinos y amigos de la zona le han puesto flores. Le han escrito sentidos mensajes y cartas llenas de dulces palabras a modo de epitafio. No falta un cirio y unas plantitas. Así como algunos textos en homenaje a un hombre que siempre vivirá porque todos lo recuerdan desde hace más de 15 años. También hay sobre este humilde banco de madera un bocadillo,y otros días hay quien le ha puesto un mechero, unos cigarritos y algún bote de cerveza.

Una de sus amigas es Victoria Gómez Rodríguez, Vivi, la cocinera del bar El Convento, quien lo tenía en casa algunos días, «cuando estaba más malito y lo convencía para que se subiese a protegerse del frío». Vivi, y Paola Buggé Vargas, la encargada de limpieza de la Universidad Católica de València, que tiene un centro junto a este bar, relatan a Levante-EMV la historia de este personaje que quería todo el mundo. «Nunca supimos porqué acabó en la calle, era su forma de vida: su colchón, su manta y su perro Coco», cuenta Paola Buggé. «En mi casa tengo su DNI- señala Vivi-, me dejaron la cartera cuando se lo llevaron el otro día». Fue el 3 de enero, la ambulancia lo trasladó prácticamente sin vida, hacia las 6 y media de la tarde. ¿Qué se sabe de él? «Era entrañable, lo quería todo el mundo», dice Victoria. «Luisito era el jefe del barrio», relata uno de los tres técnicos cualificados de la Universidad Católica que lo conocía desde 2005, cuando empezó a estudiar en el centro universitario en el que hoy, trabaja ya como especialista. «Le gustaba la poesía», rememora Victoria Gómez. Quizá por eso en las las cartas que le han dedicado, como despedida, Ester, alguien del barrio que lo conoció le escribe: «Gracias por descubrirme a Eduardo Galeano con tu voz de actor de doblaje, gracias porque conocerte me ha hecho mejor persona».

Y otros textos anónimos repiten versos y versos del vate uruguayo. En su honor. «Los Nadies: los hijos de nadie, los hijos de nada».

Luisito era en realidad Luis Ana Medina, un hombre nacido en Ondara, con entre 55 y 60 años de edad. Vivió en la calle la mayor parte de su vida y allí murió. «En los brazos de su mejor amigo, Richart, que ahora está en mi piso para sacarlo del frío por lo menos algunos días», decía Victoria. Charlatán y divertido, los estudiantes de la Universidad Católica hace muchos años «le ayudamos a pagarle una excursión a su hijo». Eso sí, «para beber nunca le dimos, además se lo decíamos, para vicios, no», explica otra joven.

Hoy de Luisito solo hablan bondades. Por eso ha construido una humilde leyenda, basada en hacer pequeños favores por los que obtenía una moneda, un bocadillo y hasta una ducha en un hogar amigo. Como nada pedía, todo le daban. «Me veía cargada con las bolsas de la basura y, en seguida, me ayudaban a vaciarlas en el contenedor» dice Vivi. «Cuando llegábamos a las 5 de la madrugada a trabajar», comenta Paola Buggé, «se esperaba en la puerta hasta que yo entrara para que no me pasara nada malo». A otros los ayudaba a aparcar, les cuidaba el sitio, «pero nunca te pedía».

Se le conocen pocas cosas de su pasado a Luis. Normalmente quien tiene un banco y unos setos por habitación solo tiene presente. Olvida y subsiste. Era de Ondara y en alguna parte tiene una familia que no se puede hacer cargo de su cadáver. Por eso, Victoria y otros, como un médico del Hospital General que le ha cuidado su permanente afección pulmonar por el tabaquismo, han luchado para que el Ayuntamiento de València haya accedido a costearle un final digno por espacio de 5 años. «Gracias a las chicas de servicios sociales le darán un nicho gratis y lo podremos enterrar», apunta la cocinera. Eso será cuando el juzgado número 1 autorice al consistorio a hacerse cargo del cuerpo que sigue en el Instituto Anatómico Forense. Allí lleva dos semanas sin que nadie lo haya reclamado. Eso sí, «los vecinos no hacen más que preguntarme y los chavales de la Universidad, los estudiantes y los profesores, que lo conocían todos, y le guardaban cigarrillos para que se los fumara», dice Vivi. «Una vez que se le pueda hacer el entierro, pondremos carteles en el barrio porque hay mucha gente que quiere ir y un chico de aquí al lado, incluso le va a regalar una lápida», señala.

Luisito ocultó lo que fue en su pasado. Pero los conquistó para siempre. Aunque fue un Nadie. Quien perdura, vive para siempre. Seguro que este pobre indigente, nunca se supo tan rico en humanidad. Descanse en Paz. Por favor.