«Entonces, ¿qué es lo que se celebra?». El hecho de que València tenga dos Vicentes notables en su santoral genera, en pleno Siglo XXI, todo tipo de ceremonias, incluyendo la de la confusión.

Ayer se bautizó un niño, Manuel Vicente, en la pila de San Esteban. El niño se comportó como un jabato angelical, escuchando al párroco con cara de interés y recibiendo las aguas bautismales sin pestañear. Sin saberlo, estaba también interpretando el papel de Vicentín Ferrer, un niño que, en 1350, recibía el mismo sacramento sin saber que, con el tiempo, sería un mítico predicador de la Baja Edad Media, San Vicente Ferrer. Y le llamaron Vicente porque ya ese era el patrón de la ciudad y porque nació coincidiendo con el día de precepto.

Desde hace años, una asociación vicentina, el altar de la Pila Bautismal, recrea ese bautizo caracterizando a conocidos miembros de la sociedad festiva de la época como jerarcas de la ciudad. No en vano, el padre de Vicente Ferrer era un prohombre de la ciudad y lo más granado de la misma quiso participar del acontecimiento. En esta ocasión posiblemente pecaron de prudentes y la ciudad se quedó sin la cabalgata-procesión de todos ellos por la calle de la Paz. Tenían miedo a un diluvio que llegó más tarde.