A mediados del siglo XIV, un grupo de 10 jóvenes se encerró (confinamiento diríamos hoy) en una remota localidad de la bella región italiana de la Toscana, cerca de Florencia, para escapar de la gran epidemia de peste bubónica que asolaba Europa. Para pasar el tiempo, estuvieron varios días contando una serie de historias de temática variada. Así, más o menos, empieza la trama de una de las obras maestras de la Literatura Universal, el Decamerón de Bocaccio, autor también toscano, de la pequeña y monumental villa de Certaldo, cerca de Siena, que fue testigo directo de la plaga.

La virulencia fue tal que en el Decamerón se comenta:

"¡Cuántos valerosos hombres, cuántas hermosas mujeres, cuántos jóvenes gallardos a quienes no otros que Galeno, Hipócrates o Esculapio hubiesen juzgado sanísimos, desayunaron con sus parientes, compañeros y amigos, y llegada la tarde cenaron con sus antepasados en el otro mundo!"

Él cine también nos ha dejado obras maestras con el telón de fondo de esta plaga, como el inolvidable "Paseo por el amor y la muerte" de John Houston o "El Séptimo Sello", de Ingmar Bergman.

Esta terrorífica pandemia se conoce mucho mejor que otras anteriores que alteraron gravemente sus respectivas épocas, como las bíblicas plagas de Egipto del Segundo Milenio a.C., la del 429 a.C., que supuso el inicio del fin del poder de la Atenas clásica, la peste Antonina (en realidad un sarampión o una viruela) de 164-165 de nuestra Era, descrita por el famoso médico Galeno, que supuso el inicio de la decadencia del Imperio Romano o la de Justiniano, a partir del 541, que abrió el camino a la época oscura medieval.

Esta Peste Negra fue una variante de la peste bubónica o inguinal, como la de Justiniano, a cargo de la bacteria Yersina pestis, que se trasmitía por vía sanguínea a través de las pulgas que vivían en las ratas y que picaban también a los humanos. No entraremos en más detalles médicos. Con el adjetivo inguinal ya vamos bien servidos.

Esta plaga fue especialmente virulenta, como esas anteriores, y se supone que llevó a la tumba a un cuarto, un tercio o incluso a la mitad de la población del momento, según nos fiemos de unos autores u otros. En todo caso, la disparidad de este laxo calculo hace ver que las comparaciones son odiosas cuando vemos las diatribas y controversias estadísticas a las que últimamente estamos acostumbrados. En ese episodio, sobre una población europea de unos 80 millones de personas, pues, habría que imaginar entre 40-20 millones de fallecidos.

La epidemia se extendió a toda Europa desde Italia o, más bien, a través de los italianos. Eso también nos suena familiar. En este caso, parece que su trazabilidad, como se dice ahora, nos lleva a Génova, que era, y aun es, uno de los principales puertos del Mediterráneo. Desde los siglos XII y XIII, los genoveses habían creado un gran imperio mercantil en la parte oriental del Mediterráneo, incluido el Mar Negro.

El foco de la enfermedad no se conoce exactamente, ya que las primeras noticias la sitúan ya muy desarrollada y activa en el Asia Central, por las actuales Kazakstán y Uzbekistán. Como solía suceder en estos casos, las comunicaciones fluidas favorecían no sólo el comercio y la difusión de las ideas, sino que también servían para expandir las epidemias. En esta zona, la Ruta de la Seda (que no llegaba a Valencia, sino que terminaba en Constantinopla), sería el principal canal de expansión de la peste, que en 1347 estaba muy activa en el territorio de los tártaros de la Horda de Oro, uno de los sucesores del gran imperio mongol de Gengis Khan. La cosa no hubiera pasado seguramente de esa zona sino fuera porque, en 1346, los tártaros atacaron a la principal colonia genovesa del norte del mar Negro, Caffa, en Crimea.

En el asedio de Caffa, los tártaros iban falleciendo sin saber porque y no se les ocurrió otra cosa que empezar a lanzar los cadáveres de sus conmilitones con catapultas dentro de la ciudad, en un preludio de lo que luego se llamó guerra química y bacteriológica. Fuera por esto, como narra algún historiador coetáneo, o a causa de que las ratas se colaran dentro de la ciudad desde el campamento mongol, como parecería más lógico, o por ambas causas, el caso es que la plaga se extendió por la ciudad. Visto el panorama, un navío genovés zarpó hacia su patria, llevando en su bodega un cargamento de polizones compuesto por las ratas, las pulgas y los bacilos. Esta ruptura de la cuarentena y el confinamiento propagó rápidamente la peste. Cuando el barco atracó en el puerto siciliano de Messina, buena parte de la tripulación ya se había infectado y la pestilencia no hizo más que expandirse a través de las rutas comerciales y los puertos.

Precisamente, uno de los principales competidores y enemigos de la Republica de Génova no era otro que la Corona de Aragón, pero la peste no entendía de amigos ni enemigos y el Reino y la ciudad de Valencia no tardaron en sufrir los efectos de la enfermedad. En la estupenda y no superada "La ciutat de València", Sanchis Guarner recogió un explicito párrafo de ese episodio epidémico extraído del "Dietari del Capella": "En l'any de MCCCXXXXVIII fonc la gran mortaldat, e fonc la primera mortaldat, e fonc tan gran que en València hi hac jornada que hi moriren mil persones. Aquesta mortaldat fonc general per tot lo món, que a penes los podien soterrar".

El rey de ese momento, Pedro el Ceremonioso, pensaba que la Peste Negra había acabado con la vida del 75% de sus súbditos, sin que se sepa de donde dedujo esa terrible estadística. Pero como ocurre en estos episodios, su afección fue distinta en cada uno de sus reinos. Cataluña y el Reino de Mallorca, de base más mercantil, tuvieron una caída demográfica y económica más drástica y duradera, mientras Aragón, de base agrícola, y el recientemente creado Reino de Valencia, de economía más variada, se rehicieron antes. De hecho, la hegemonía dentro de la Corona de Aragón, después de la plaga, pasó de Cataluña, que además se sumió en continuos conflictos sociales, a Valencia. Las bases del Siglo de Oro de Valencia, el XV, se asentaron en la grave crisis provocada por la Peste Negra.

En la ciudad de Valencia se conoce un importante hallazgo arqueológico relacionado con esta gran epidemia, generado por una medida profiláctica causada por la infección. En el interior de un gran pozo de ladrillo, en una vivienda situada al lado del edificio de l'Almoina (que era la Casa de la Caridad de la época), se encontró un extraordinario lote de vajilla, que corresponde a un completo ajuar doméstico, con todos los utensilios de cocina, de servir la mesa e, incluso, un amplio surtido de piezas cerámicas de lujo decoradas con esmalte de verde sobre blanco de estilo de Paterna. Alguno de estos platos, como un magnifico león rampante, son extraordinarias piezas de primer orden. Por su estilo y decoración, los expertos en esta cerámica fecharon estos materiales a mediados del siglo XIV, lo que ayuda a explicar el motivo por el que sus propietarios, vivos o muertos, se deshicieron de todos estos objetos, algunos de ellos bastante valiosos, que supondrían contaminados por la enfermedad. Una selección de esta magnifica colección de objetos de la vida cotidiana de la Valencia medieval se expone en la primera vitrina que se visita en el Centro Arqueológico de l'Almoina.

En esa época, al igual que ahora, también circularon falsas noticias (ahora se ha puesto de moda su término inglés, "fake", engaño o falsedad, vaya) sobre las causas de la terrible plaga. Además de las inevitables interpretaciones moralizantes y agoreras al uso, que proclamaban que las pestes eran castigos divinos, ante la supuesta depravación de las costumbres, que surgían siempre en estos casos, lo que tuvo más incidencia (los modernos, ahora dirían el "trending topic" de la Peste Negra) fue culpabilizar a los judíos, con lo que llovía sobre mojado. A esta raza y religión maligna se les atribuía, desde hacía siglos, acusaciones tan terribles, como brujerías, sacrilegios varios, canibalismo de niños y otras lindezas. Con la llegada de la plaga, se les atribuyó el supuesto envenenamiento de las aguas que habrían causado la epidemia y que, de alguna manera, fue lo que colmó el vaso. Curiosamente, ahora, con la plaga vírica que nos afecta, vemos que, a algunos, a los que precisamente están sufriendo la mortalidad más elevada, no se les ha ocurrido otra cosa que poner más énfasis en buscar supuestos culpables étnico-religiosos foráneos a su situación, antes que implementar medidas para contener la enfermedad.

Volviendo al 1348, uno de los daños colaterales de la epidemia fue el recrudecimiento de un antisemitismo ya asentado en esa sociedad Medieval y que tuvo trágicas consecuencias para la comunidad judía, ya en el mismo siglo XIV, cuando se desencadenaron multitud de pogromos y sus barrios fueron asaltados y sus moradores masacrados indiscriminadamente por turbas descontroladas, que amontonaron sus cuerpos en grandes fosas comunes. Los restos de este trágico episodio también han sido encontrados en las excavaciones de Valencia, lo que convierte de nuevo a la arqueología en un irremplazable instrumento para conocer nuestra historia, aunque en este caso concreto, una serie de factores, tan imprevistos como de más que dudosa legalidad, impidieron su correcto estudio. Lo dejamos ahí.