Más de veinte personas acudieron a despedirse de él antes de llevarlo, por última vez, al veterinario. Para un viaje sin retorno. Con no pocas lágrimas. Pero a Moquito había que aplicarle la eutanasia. Un coronavirus felino le había provocado una peritonitis incurable. Tenía cinco años, demasiado joven para irse tan pronto. No es de extrañar que se hayan sucedido los mensajes de pesar.

Moquito se había convertido en un símbolo para Cabanyal Horta, esa asociación que mantiene vivos unos huertos urbanos en la explanada que hay junto a los Bloques Portuarios. Un pequeño oasis que reivindica las virtudes del ocio verde entre parcelas cultivadas. Allí dejaron a Moquito, a un hermano y una hermana, una noche, metidos en una caja. «No tendrían más que unos días», recuerda una de las componentes de la asociación, Silvia Sánchez. «Los conseguimos salvar aún dándoles biberón». Se aferraron a la vida y crecieron. La gatita encontró familia de acogida. El hermano, un día, decidió marcharse a vivir su propia vida. Pero Moquito se quedó. «Le pusimos ese nombre porque desde pequeñito era bastante débil». Pero creció, se fortaleció y acabó convirtiéndose en el símbolo de esta rareza urbana. Ha vivido toda la vida en el huerto. Se le ha cuidado, se le ha limpiado y hasta se le ha esterilizado.

Más que gato, «gatoperro»

«No era un gato. Le llamábamos el "gatoperro" porque no podía ser más social. Llegabas y te salía a recibir. Le tirabas cosas y te las recogía, sabía perfectamente quien pertenecía a la asociación. Se dejaba acariciar...». Podía pasar por gato callejero «pero no lo era. Se dejaba tocar por los niños. Cuando venían chicos de educación especial lo mismo...». Uno más de la familia. Teóricamente, un gato en un huerto puede ser un buen guardián ante roedores. «Bueno... estaba tan bien alimentado y tan acostumbrado a las latas... que quizá eso le costaba un poco más». Un gato activista, que posaba con camisetas de Defensem l'Horta. No había miembro del colectivo que no tuviera fotos de él, y que ahora han rescatado de sus tarjetas de memoria.

Lo que no esperaban en la asociación es que, no hace tanto, se empezó a sentir mal. «Vimos que no comía y que no ponía buena cara». Una veterinaria les recomendó un medicamento, pero no funcionó. Se le diagnóstico una peritonitis provocada por un coronavirus felino. No, no es víctima de Covid-19. «Se le dio un fármaco dentro de un protocolo experimental, pero no hubo forma». Había que abreviarle el sufrimiento. «Era un miembro más de la asociación. Ha sido un palo muy grande».

Moquito descansa en la tierra de los huertos. «Era su hogar».