València dio ayer un nuevo pasito a su normalidad ciudadana con la vuelta a las calles de los tenderetes. Han vuelto los mercadillos, esos que ocupan de mañana un barrio (tres o cuatro cada día), de lunes a sábado, con toda suerte de productos, aunque principalmente ropa. Tras ya varias semanas de apertura gradual del comercio y el mantenimiento desde el primer momento de los mercados municipales, faltaba por ver en el paisaje urbano el regreso de ese mundo de toldos, perchas y expositores abigarrados, con todo tipo de productos.

La nueva normalidad llevó a preparar algün intento de domar el tránsito de personas. Por ejemplo, extendiendo conos y cintas tratando de crear un «camino de ida» y un «camino de vuelta», no siempre (o casi nunca) seguido por los transeúntes.

El primer día se desarrolló respetando los turnos tradicionales, y así continuará sucediendo en el resto de días de la semana. Ayer fue el turno del mercadillo central (más variado, pensando también en un público menos residente y más turístico) y los de Russafa y Algirós, más propios de los vecinos, que complementan de esta manera su visita a los mercados municipales.

«No ha ido tan mal como cabría esperar. Casi diría que ha sido una buena jornada para empezar», aseguraba Jorge Juan García, secretario de la AINOA, asociación de vendedores de Mercadillos de la Comunista Valenciana. «Aquí lo que se nota es que el turismo todavía está lejos de lo habitual, pero en general no ha estado mal».

No fue un día tope, como lo demuestra que, en esta ocasión, sobre la una y media de la tarde, los puestos empezaban a desmontares, lejos de los días espectaculares donde se apura hasta el último minuto. «Pero de verdad que no nos podemos quejar. La gente vuelve a fluir».

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Ayuda estatal y municipal

El vendedor ha esperado a reabrir con la «nueva normalidad». Las normas que obligaban las fases de desespaldaba no convencían y se ha optado por pasar la travesía del desierto de cuatro meses y reabrir «cuando hemos podido hacerlo todos a la vez». Han pasado los meses de supervivencia. «Hemos vivido a base del cese de actividad y recibiendo la prestación del Estado. Todo el mundo quiere más siempre, pero creo que hemos estado bien dentro de lo que cabe. No hemos tenido tanto gasto en casa... y ahora también reconocemos que el ayuntamiento nos ayuda, incluyendo el no cobrar la tasa en lo que queda de año».

El mercadillo es, por definición, palpar hasta la saciedad. «Intentamos mentalizar al cliente de que toquen lo menos posible. sí que es verdad que la gente está acostumbrada al autoservicio. Es mejor que nos lo pidan y les enseñamos lo que sea: tallas y modelos. Si se prueban y no lo quieren asumimos la cuarentena y la desinfección durante las 48 horas».

Y ahora, la incógnita del futuro. «El mercadillo es muy duro. Antes de la alerta sanitaria ya teníamos un problema grande de crisis. Se queda quien realmente vale. Hay mucha gente que entra, está un año y se va porque no funciona. Nos va a tocar trabajándolos muy bien, trayendo producto nuevo, precios competitivos, calidad... sin contar con que hoy hace calor y mañana llueve y que el cliente viene de todo tipo de carácter. Quien se lo sepa trabajar no se quedará en el camino».