Ramón Vilar era de esos tipos afables siempre dispuesto a atender a la prensa, a explicar un proyecto nuevo, una idea. Unos números, un presupuesto. No importaba la hora, ni el día. Una clase de políticos de esos de la vieja guardia que cada día escasean más. Si algo permanece en mi memoria son las largas sesiones plenaria del Ayuntamiento de València. Allí Vilar, concejal de Hacienda, mostraba una clarividencia para las cuentas que su particular voz a veces no permitía valorar en su justa medida. Sus respuestas a la oposición eran siempre certeras, brillantes y con una fina ironía que no suele abundar. Una socarronería que era no óbice, en su caso, para buscar el diálogo y tender la mano al contrincante para alcanzar el consenso.

Al frente de una regidoria complicada, Vilar trabajó para reducir la deuda municipal, aflorar el fraude fiscal en la ciudad y mejorar el pago a los proveedores del ayuntamiento. Ahí es nada. Como bandera suya, además, trató de que la Iglesia se convirtiera en un contribuyente más, como cualquier ciudadano. Los primeros recibos del IBI a los locales lucrativos del Arzobispado empezaron a girarse el ejercicio pasado. Algo que hasta el papa Francisco avaló en su día, al admitir que salvo los edificios religiosos dedicados al culto o a fines sociales, el resto sí que deberían pagar impuestos.

Micrófono en mano, Vilar no tenía rival. Defensor acérrimo de las políticas públicas hechas para mejorar la vida de la clase trabajadora y menos pudiente, el edil socialista era eso. Un socialista de pura cepa con los reglamentos y la normativa perfectamente organizados en la cabeza para contestar sin leer un papel a las preguntas de Partido Popular o Ciudadanos y en esta última legislatura a VOX. Era un hombre curtido en el municipalismo, pues había formado parte de los equipos de los socialistas Ricard Pérez Casado y Clementina Ródenas. Y se notaba, vaya si se notaba. Confieso que le voy a echar de menos en esas sesiones plenarias donde sus intervenciones me arrancaban más de una sonrisa.

De su amor por el Levante UD hablarán otros más avezados que yo en la materia granota, aunque mi larga estancia en la seccción de Deportes me permitió seguir su inquebrantable lucha por sanear al club azulgrana y darle la dimensión que merecía por tradición y arraigo. Cuando se enrolaba en lo que creía y sentía, ¡ay quien osara pararle!. Gran conversador de fútbol y de toros, sin que faltara un buen caldo y un puro, Vilar era uno de esos personajes que dejan poso. De los que no se olvidan. Solo me consuela pensar en que haya podido llevar una vida plena y merecida. Bon viatge, Ramón!