Ramón se hacía de querer. Nunca le vi levantar la voz en exceso ni malhumorarse con ninguno de nosotros. De carácter afable te explicaba lo que necesitaras saber las veces que hiciera falta. Aprendí con él de economía y hacienda gracias a sus continuos debates con la oposición acerca de presupuestos, facturas y pagos a proveedores. Siempre tenía respuesta. Últimamente le costaba más. Las comisiones informativas ya no son el foro de debate del mandato pasado y él, como presidente de la misma, intentaba acortar los tiempos y pasar a votación lo antes posible. Normal. Ha sido uno de los grandes artífices de la reducción de la deuda en el Ayuntamiento de València en estos cinco años. Nadie podrá decir que no tenía unas cuentas saneadas. Nos apretó a todos el cinturón y nos exigía responsabilidad con nuestras finanzas. «Redistribución», nos decía siempre. He mirado los últimos mensajes que nos cruzamos sobre el último pleno. Eran las mociones alternativas a negociar entre nuestros dos grupos municipales. Ramón intentaba llegar a acuerdos. No siempre era posible, pero voluntad no le faltaba desde luego.

Yo he de agradecer personalmente su cariño. El mandato pasado estábamos sentados juntos en la Junta de Gobierno, en la esquina de la mesa, separados del mundo y, mientras los tenientes de alcalde aprobaban y votaban un sinfín de puntos y mociones, yo intentaba sonsacarle dinero para mis concejalías. No siempre lo conseguía.

Levantinista por todos los costados, no dejaba de recordármelo cada vez que podía. Me invitó al campo cuando jugaban el partido decisivo para subir a primera y no pude rechazar la invitación. La felicidad que irradiaba era contagiosa. Fue el anfitrión perfecto. Este mandato se nos puso cara de responsables con las tenencias de alcaldía, especialmente durante la pandemia. Estuvo al pie del cañón en las diferentes comisiones dando salida a las demandas de urgencia que reclamaba la situación.

Supongo que no a todo el mundo le habrán gustado sus políticas, sus propuestas y sus decisiones, pero Ramón deja un vacío en el equipo de gobierno difícil de cubrir. Era socarrón y divertido. Un tipo simpático. Un tipo tranquilo.

Cruzándome mensajes con diversos dirigentes y afiliados de su partido para transmitir mis condolencias, una de ellas me decía: "¡Ay, Carlos, qué pena! Es que estamos perdidos todos sin él. ¡Qué rabia más grande!"

Y así es, ¡qué rabia más grande! Descansa en paz, amigo. Que la tierra te sea leve.