Las Fallas se han marchado de vacaciones con todo previsto y con nada seguro. Nunca se han visto en una situación parecida, en consonancia con la totalidad de la sociedad. Pero dentro de lo poco que se puede extraer en limpio hay una frase del concejal de Cultura Festiva, Carlos Galiana, que ha pasado desapercibida en el debate pero que es muy significativa: «No va a haber Plan B para las fallas de 2023. Las fallas habrá que sacarlas y quemarlas como sea». Dicho de otra forma, la estrategia de salvación consensuada para los próximos dos años (2021 y 2022) no puede tener continuidad por imposibilidad material.

La interrupción de las pasadas fiestas propició la cancelación de compromisos contractuales, tanto de bienes inmateriales (orquestas y bandas de música) como materiales (pirotecnia y alimentación). Pero el elemento fundamental, el más importante y voluminoso, las fallas, se quedaron preparadas para salir. La historia ya es conocida: están siendo guardadas en diferentes «arcas de Noé», con más retraso del debido, y cuya iniciativa corresponde a la Generalitat.

A raíz de esto, y para garantizar la continuidad de los talleres falleros, el edil y diferentes entidades de la fiestas pactaron un plan de salvación, consistente en que las comisiones se comprometen a gastar, tanto para 2021 como para 2022, una cantidad económica equivalente al 75 por ciento de lo pagado en las pasadas fiestas para poder optar a la subvención. Y que se debe emplear tanto en restaurar y añadir a las fallas guardadas como para construir las que se deben plantar y quemar en 2022.

En la última asamblea de presidentes, Galiana destacó el hecho de que, a pesar de la incertidumbre social y económica de las comisiones, «las fallas se han lanzado mayoritariamente al Plan 2022 y es de agradecer el esfuerzo. Iba a escribir una carta a los falleros y comisiones para apretar pero la verdad es que no hace falta: han sido muchas las que lo hacen».

Hasta ahí todo bien. Pero el siguiente escenario es el de la incertidumbre total: la aparición de los rebrotes y la sensación de que, mientras no haya una vacunación masiva, las limitaciones para el desarrollo de las fiestas populares serán muchas, empieza a hacer cundir las dudas de cómo van a ser las Fallas 2021 a efectos de calle. Y en ese sentido, Galiana lo ha dejado claro: «Plan 2023 no va a haber. Las fallas habrá que sacarlas y quemarlas como sea».

No se trata sólo de una cuestión económica, sino de sostenibilidad. No plantar esas fallas supondría almacenarlas dos años -seguramente imposible de ocupar los espacios actuales y apelando al deterioro material que sufrirían- mientras los talleres vuelven a llenarse con los trabajos de 2022. En ese escenario habría que, finalmente, desembarazarse de esas fallas y confiar que en 2022 ya se alcance una normalidad sanitaria.

Y es que el concejal reconoció que se trabaja con planes A, B y C. «El A, que todo es maravilloso, tenemos vacuna y todo va bien»; el B, el que estamos viviendo ahora. Ahora mismo no podríamos hacer cenas y el aforo sería del 75 por ciento» (condiciones casi imposibles para la idiosincrasia de la fiesta) «y el Plan C es que todos estamos en casa». Con lo que a la Junta Central Fallera sólo le queda la opción de «planificar y contar con que las cosas vayan mejorando».

Cancelación acertada en julio

La cancelación en el mes de mayo de las Fallas de Julio, quedó demostrado que fue una decisión acertada pese a las críticas generadas en aquel momento: se habrían generado 380 focos potenciales de contagio (tantos como comisiones) en pleno inicio de los rebrotes -tal como sucedió en Pamplona con los contagios en los Sanfermines alternativos-, a lo que hay que añadir las multitudes que, sin duda, se habrían acercado a ver las fallas plantadas.