En El Palmar se conoce todo el mundo. Y los músicos de la banda son familia entre sí. Pero en la jornada de ayer, las notas sonaron diferente porque lo hicieron con el sabor del reencuentro con su espacio natural: la calle. Nada tan básicamente popular como el «passacarrer». Mucho más incluso que el concierto. La isla está celebrando una versión reducida de sus fiestas, las del Cristo (que hoy saldrá a la calle sin devotos detrás), y en la jornada de ayer hubo protagonismo para dos elementos hasta ahora arrinconados por el virus: las flores en una ofrenda casi íntima y la música de la banda.

El pasado mes de junio, dentro del proceso de desescalada, las sociedades musicales pudieron volver a los ensayos. En el «cap i casal» los conciertos empezaron a finales del pasado mes, como el que celebró la Santa Cecilia del Grao. Pero la estampa de fiestas populares y pasacalle se echaba de menos.

Veinte músicos de la Sociedad Instructiva Musical de El Palmar recorrieron de norte a sur, las calles del pueblo. Sin gente detrás. Les esperaban en los portales, en los tejadillos o sentados «a la fresqueta» que aún no era tal. El Palmar dista mucho de la animación que tendría en un día de fiesta normal, pero no hay más remedio. Por lo menos están teniendo más que aquellos que saldaron el festejo con un oficio religioso al santo patrón.

Y lo echaban de menos los propios músicos. «Somos "amateurs" y, se quiera o no, se va perdiendo el oficio, el tacto» decía el director, Jordi Peiró, músico y profesor de la Banda Municipal. La música es como un entrenamiento. «Por eso el repertorio en esta ocasión es sencillo. Apenas hemos tenido tres semanas para ensayar y con cuatro meses previos sin hacerlo conjuntamente. Y se quiera o no, se pierde». La sensibilidad. El «toque». Pero ayer era día de reencuentro, porque el músico está hecho para tocar en la calle. «Hacía muchísima falta. Y más en una fiesta tan entrañable como es ésta. Por lo menos, con este acto no se queda tan desangelado. Que aquí hay mucha devoción al Cristo». La música tiene una ventaja: el instrumento es personal e intransferible. Al acabar el pasacalle se celebró un concierto, con asientos separados entre sí tanto del público como de los propios músicos. Y antes se leyó un manifiesto y una poesía en recuerdo a quienes ya no están. Porque la música entiende, y seguramente más que ninguna, de nostalgias.