El Palmar finalizó ayer sus fiestas dedicadas a su emblemático Cristo con otro momento que marca un antes y un después, aunque no sea una garantía del futuro inmediato.

Con la llegada de la pandemia, una de las actividades que más sufrió fue la de las fiestas populares. Todo se canceló por obvios motivos de ser una fuente potencial de contagios. Con la desescalada se fue abriendo ligeramente la mano, pero muy lejos de los escenarios ideales. Empezó a haber servicios religiosos y las procesiones se hicieron en el interior de los templos. La imagen se quedaba en su sitio y los devotos desfilaban a su lado guardando distancias.

La procesión general es el elemento troncal de gran parte de las fiestas de ciudad y pueblo, pues tienen en su gran mayoría su origen en una advocación. Ayer, la isla fue escenario de un pequeño salto para la humanidad festiva. Por primera vez, la imagen salió a recorrer las calles. El Cristo. Pero el de la Salud. El destino quiso que lo hiciera la advocación más adecuada para el momento que se vive.

Nada que ver, sin duda, con la habitual y pinturera estampa del patrón del lago subido a una barca para mostrarse en mitad de las aguas de la Albufera. Eso debió haber sido el pasado día 4, pero ha habido que conformarse, que no es poco, con procesionar en tierra.

Con salvedades. Los participantes no lo hicieron detrás de la imagen sino que se les invitó a permanecer en sus casas para ver pasar la imagen desde puertas, portales, ventanas, postigos y azoteas. Tal como habían hecho con el pasacalle de la banda de música del día anterior. Tan sólo, por delante, los cofrades, que habían sacado la imagen a hombros para depositarla en un «cadafal» rodante, desinfectando manos y agarres en cada relevo. Las falleras mayores y el presidente infantil se vistieron (qué pocas se han podido vestir estos meses para ejercer) con sus mascarillas a juego.

«Da penita. No viene nadie». El Palmar se debate entre la ilusión por ver al Cristo en la calle y la melancolía. Lejos aquellas fiestas con la plaza llena. Con mirones venidos «de la capital» a colarse en una barca y cenar opíparamente. Porque la hostelería está muy tocada por los miedos y la atonía.

La procesión transcurrió en un silencio sólo interrumpido por la música de la banda, el tañido de la campana, los vivas, algunas «albaes» y algo de pirotecnia. Por la mañana, la misa y la «mascletà» habían recordado a los habitantes que hubo un tiempo que fue mejor.