Nadie ha dicho nada sobre el traslado del mercadillo de antigüedades y almoneda a su nueva ubicación en la avenida de los Naranjos. El alcalde y el concejal de mercados visitaron el jardín elegido el viernes antes de la inauguración, después de la pandemia, y según me cuentan los vendedores y vendedoras ya no han vuelto a aparecer por allí.

La actividad comercial de los productos de segunda mano es tan antigua como el mundo. En Valencia tenemos noticia de su existencia desde época de los árabes. En el mundo medieval el comercio estaba sometido a unas reglas muy rígidas. Las manufacturas correspondían a los gremios, que fijaban precios y calidades; en los productos perecederos de consumo era el Almotacén el que marcaba los costes y las medidas. De aquí que en este mercado de cosas que eran revendidas apareciera la histórica frase, según informa Rodrigo de Pertegás, del «En quant».

Junto al mercado principal reconocido legalmente por el rey Jaime I en el Prado de la Boatella, junto al trozo de la muralla donde hubo que hacer un «trench» para poder salir a comprar más fácilmente, ya se instalaron estas personas que vivían de comerciar con cosas sobradas, tiradas o reutilizadas. Como este sector no tenía precios fijados por la autoridad, por la variedad de su género ya que podía encontrarse allí los elementos más varipintos, la gente iba y preguntaba «En quant m'ho deixa?», y de aquí que este mercadillo fuera conocido, según atestigua el Padre Corbín en su monografía sobre el «Mercado Central: Mil años de Historia», por «els enquants», palabra que luego se simplificó en «els encants» sin que esta expresión viniera etimologicamente del «incantare» latino sino por el parecido de ambos.

Esta denominación de «enquants» o «encants» convivió durante siglos en diversas poblaciones importantes del Reino de Valencia como Alzira o Xàtiva, y en el siglo XIX se dio en llamar a la zona, conforme avanzaba la castellanización «el Encantillo». Hasta la segunda mitad del siglo XX no se generalizaría la expresión «Rastro» que venía importada por copiar el nombre del mercado de antigüedades de Madrid.

Actualmente el Ayuntamiento no ha respetado el nombre histórico de la institución y ha colocado en la puerta un cartel con la indicación «Mercat de vell» que no se ha usado jamás aquí. Les sugiero utilizar un neologismo que se me acaba de ocurrir «Mercavell», si es que no quieren recuperar el antiguo ni tampoco aceptar el madrileñismo.

Otro tema es la deplorable situación del nuevo rastro valenciano. El jardín no tiene árboles ni sombras, y pasar allí una mañana de domingo es un infierno por el calor implacable. Si le da por llover no hay ningún refugio. Se nota que quienes diseñaron el lugar no habían ido nunca al «mercavell» pues es imperiosa la necesidad de unos tejadillos protectores como los que ostentan, por poner un ejemplo cercano en Barcelona.

El espacio de dos metros es ridículo para ciertos vendedores de empaque que traen verdaderas joyas en mueblería. Los servicios son dos casetas portátiles cuando debieran ser de obra e higiénicos, no hay agua para lavarse las manos. Tampoco han permitido un servicio de bar, aunque fuera con un carrito portátil, y el único lugar donde beber un refresco, a un precio por encima de la media, es un local de comida rápida que hay enfrente, al lado del tanatorio.

Nos tememos que los "enquants" no han sido tratados como un fenómeno cultural e histórico de alta categoría, sino como una molestía comercial que no sabían donde ubicar, y por eso se la han llevado tan lejos.

Los «enquants» siempre han estado el domingo en el centro de la urbe, junto a la iglesia de Sant Joan, la plaza de Nápoles y Sicilia o el antiguo Hospital. Qué lástima que con el gran aporte social y humano que significa este mercado de reciclaje y rescate, se le haya dejado en unas condiciones tan precarias. Ojalá algún dia se le reconozca al «mercavell» todos sus valores tradicionales, empezando por su nombre centenario e histórico.