En agosto de 1647, la peste negra se cebó con Valencia. Llegó, como otras anteriores, por mar, en un barco procedente de Argel, cuya tripulación estaba infectada. Una coplilla de la época describió esta peste así: "Es la constitución pestilente/ fuego que prende muy aprisa,/ y se mata muy a espacio,/ entra con alas,/ y sale con pies de plomo".

La epidemia se prolongó durante dos años. Los del Grao hicieron un cordón sanitario humano impidiendo que nadie sospechoso de apestado entrara o saliera del pueblo, pero la peste llegó a la ciudad y se expandió no sólo por la urbe, también a otros lugares del Reyno.

No había manera científica de hacer frente a la pandemia. Quedaba por entonces el remedio de acudir a lo religiosos. La Iglesia de Valencia tuvo un papel decisivo y predominante en la lucha por salvar vidas humanas, no se quedó exclusivamente en los rezos, plegarias e imprecaciones, que era lo suyo, se organizó y se echó a la calle.

Hasta el propio Arzobispo, el anciano fray Isidoro de Aliaga, dominico, a sus 80 años iba por las calles y entraba en las casas donde había afectados por la peste. Murió contagiado por la enfermedad y con él sucumbieron medio millar de clérigos, 300 de ellos religiosos. Cada Orden religiosa quedó encargada de administrar espiritual y temporalmente las enfermerías y hospitales que fueron montados ex profeso para hacer frente a la pandemia. La Iglesia se integró en la Junta de Sanidad, que en los comienzos se reunía en la sacristía de la catedral de Valencia y más tarde en el Palacio Real.

De lo ocurrido en aquel aciago período ha dejado detallado documento el historiador dominico Fray Francisco Gavaldá en su libro "Memoria de los sucesos particulares de Valencia y su Reyno en los años 1647 y 1648, tiempo de peste", libro impreso en Valencia en 1804, por Josef de Orga.

El pueblo en general estaba sumido en una gran pobreza. Había familias que para comer sólo tenían pan y uvas. La alimentación era bastante deficiente. En un primer momento, la clase médica estaba dividida, unos defendían era peste y otros no. Ello hizo que no se adoptara de inmediato medidas preventivas y de higiene.

Semanas después, se confirmaría la epidemia, al saberse que por tierras alicantinas había personas con los mismos síntomas, bubos en las ingles y bajo el brazo acompañados de fiebres altas. A las tierras alicantinas, la epidemia había llegado a través de marineros que desembarcaron en el puerto de Calpe de un mercante procedente de Argel, en el que viajaban 14 cautivos rescatados por los frailes Mercedarios y varios comerciantes.

La Junta Sanitaria, en la que estaban autoridades, médicos y la Iglesia con el Arzobispo Aliaga comenzó a dictar disposiciones preventivas, control en las puertas de las murallas de la ciudad de todos los que vinieran de fuera, especialmente de lugares infectados. Igualmente, se controló las mercancías foráneas. Fue prohibida la entrada de cargamentos de ropas viejas o usadas.

El Consell de la Ciutat dispuso que en casas al exterior de las murallas, casi todas ellas de nobles y ricos, se instalará enfermerías o casas de socorro. El Arzobispo ofreció las Órdenes Religiosas para que trabajaran en ellas. Las Parroquias se encargaron de trasladar los cadáveres hasta sus propios cementerios. Iban con carros recogiendo los cadáveres de la calle, que les entregaban o que les daban o les tiraban desde balcones y ventanas de las casas de sus demarcaciones. Los enterraban en sus propios cementerios.

Al llenarse todos los fossars hubo que hacer uno nuevo junto al Portal dels Innocents. Nadie quería ser sepulturero y se tuvo que excarcelar a presos y comprar esclavos para que ejecutaran esta tarea.

Mientras médicos y cirujanos atendían a los enfermos, ayudados por los religiosos, se organizó una procesión de rogativas con el cuerpo de san Luís Bertrán implorando que la epidemia no se cebara con la ciudad. Había familias que escondían a sus enfermos y el Justicia iba casa buscándolos para llevárselos a las enfermerías que estaban fuera de las murallas. Quienes vivían solos y no querían salir de la vivienda se les tapiaba la casa.

El gobierno municipal se preocupaba del abastecimiento de agua y la limpieza de la ciudad, de recoger las basuras y también los gusanos de seda que criaban en sus andanas las familias y de llevarlos a las hilanderas para los capullos de seda, que en muchos casos era el único sustento de las familias.

Procesión de san Roque

Desde el siglo XV, san Roque estaba considerado como especial protector contra todo tipo de epidemias. En muchos pueblos se le tenía gran fe y devoción a san Roque, cuya imagen estaba en muchos templos, también de la ciudad, entre ellos era famosa la de la Iglesia del Convento del Carmelo Calzado. Orellana testimonia que en dicho templo en 1606 ya se veneraba a san Roque, al que se le dedicaba procesión particular, por la demarcación parroquial, todos los años el 16 de agosto. El Convento del Carmen conservaba en aquel tiempo una reliquia del santo y le tenía dedicada Cofradía.

Su imagen pintada o esculpida en capillitas estaba en varias calles de la ciudad. En 1585, el Consell de la Ciutat acordó que se pintara un san Roque, Beati Rochi, en La Escopetería, encargándole el retaule a Lucas Bolaños. Por bando del 14 de agosto de 1589, se sabe que la ciudad ya contaba con procesión general a san Roque, "Santo Abogado contra todo mal contagioso.

Más tarde, en 1649, el Consell de la Ciutat volvió a acordar procesión en general, en acción de gracias por haber terminado la peste atribuyéndose el cese de la epidemia a san Roque, probablemente, porque habría decaído olvidadas las anteriores pestes. Fue a partir de esta epidemia de la peste negra cuando creció la devoción y culto a san Roque en la ciudad de Valencia.

En la toponimia urbana, la ciudad tenía una plaza y calle dedicadas a Sanct Roch, en el Alfondech, barrio del Carmen, zona de las calles Alta y Baja, aledaños del Convento del Carmelo. La calle de sanct Roche era conocida también por Carrer de sanct Roch el giquet, junt a la cequia mare de un carrer que está junt a la Confraria dels cegos. Hoy san Roque tiene una callecita en Valencia, en el barrio de Benicalap, cuya parroquia y gente salvan el honor y la historia de este santo que fue tan importante en la ciudad y al que ahora prácticamente no se le hace caso. No creo que se haya pensado mucho en él en ninguna parte de la capital y el territorio para que nos echara una mano en esta pandemia como ocurrió en épocas anteriores.